viernes, 5 de junio de 2020

PRO ORÁNTIBUS



            Sor Caridad. Le ruego rece por mí. Este año no se si podremos ir a verlas al convento. La empresa me ha comunicado una nueva prórroga del ERTE. Me temo que alguno tendrá que irse a la calle. Soy de los nuevos. Tiemblo pensando en septiembre. Vuelta al cole para 3, tendremos que pedir ayuda.
             Mi querida Cari, ya ves que no me acostumbro a lo de Sor, los enfermos entran a borbotones. Pueblan los pasillos, aquellos de la UCI que tú conociste. Clamamos por respiradores que no llegan. Estamos exhaustos. A menudo comenzamos el turno atemorizados por el miedo de carecer de EPIS. Un miedo que se intensifica cuando llego a casa y veo a mamá esperándome con los brazos abiertos. Ya sabes que este año celebramos sus 90.
             Sor Cari, veo a papá y mamá tristes. Yo pensaba que esto iba a ser como una fiesta. Recuerdo el primer día cuando pintamos aquel inmenso arcoíris que luego colgamos en la ventana con el mensaje quédate en casa.  Mamá compró pintura de dedos y lo pasamos como nunca coloreando las franjas de colores con papá en casa. Pero ahora apenas hablan siempre con el móvil. Un día mamá me dijo que a Dios las monjas les tiene un poco de enchufe porque se pasan el día  están rezando. Yo creo que por eso están siempre tan contentas. Dígale a Jesús que nos ayude. Seguro que le hace caso.

Son las 5 de la mañana.

             En el fondo del coro la benedictina Sor Caridad desgrana las cuentas de un rosario. Con cada Padre Nuestro y Ave María, con cada gloria exhala un ruego sentido cargando  con los dolores de su amiga y antigua colega la doctora Elena, los ruegos desesperanzados del transportista Braulio y la sencilla petición de la pequeña Ainara. Y piensa en tantas  y tantas historias que cada día se reciben en ese monasterio que hay en la Plaza del Grano. Cartas que sus remitentes escriben pro orantibus para ser invocadas al cielo.

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