Para toda una vida.
Por Marta Redondo.
Toda una vida ha transcurrido en tres meses donde tantos quedaron el camino. Se acerca el final de curso escolar, un año en que la clausura de las aulas se anticipó echando candados en unos días de aguas turbulentas que sellaron el calendario de un marzo maldito.
Jornadas extrañas en que los profesores hemos vivido añorando sus miradas cómplices, los murmullos incesantes, timbres horarios y hasta esos papelitos con mensajes secretos que desfilan clandestinos bajo las mesas esperando comunicar a toda la clase los últimos ecos de sociedad.
Han sido extrañas esas clases domésticas hechas de ecos propios y rostros ocultos donde sus voces no se agolpaban en torrente para quitarse el turno de palabra unos a otros. Desbordan tanta vida que hay que ordenar ese incesante caudal de energía.
Sin duda les hemos echado de menos.
Les preguntaba ayer qué les ha quedado de bueno en esta pandemia y la mayoría confesaban que echaban de menos las clases, las explicaciones de los profesores, las conversaciones de recreo pero que habían aprendido a valorar lo sencillo como un paseo o el valor de la familia.
No han dejado de aprender, quizá durante estos meses han aprendido la gran lección de sus vidas. La que nunca hubieran imaginado y que les servirá para toda la vida.
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