Hay historias universales que han soportado con honores el paso del tiempo porque encarnan lo mejor del ser humano aun en condiciones de dificultad extrema. Historias de héroes que son capaces de sobreponerse a las adversidades, héroes a veces pequeños en tamaño pero grandes en estatura moral. Esta semana les comentaba una reflexión de Ana Frank que nos ha dado mucho juego en el aula. La escribía la pequeña de catorce años en su célebre diario en medio de aquel injusto encierro en un piso franco situado en un barrio de Amsterdam. El pensamiento era “Yo sé lo que quiero, tengo un objetivo, una opinión, tengo una religión y amor. Déjame ser yo misma. Sé que soy una mujer, una mujer con fuerza interior y un montón de coraje». “No veo la misericordia que me rodea, sino la belleza que aún queda”.
La niña apreciaba los rayos de sol que se filtraban a través de los exiguos cristales de las ventanas, paladeaba los paisajes literarios que se desgranaban a través de los muchos libros que le traían, disfrutaba de los sabores de los alimentos que un grupo de valientes temerarios les llevaban jugándose la vida. El peligro a ser descubierto por la gente que trabajaba en el piso de abajo les obligaba a total quietud durante el día. Cualquier paso en falso en aquellos suelos de madera les delataría de inmediato. Disfrutaba de los breves instantes de felicidad que Dios , aún en cautividad le regalaba cada día. Y nos dejó ese testamento de vida tamizado a través de sus inocentes ojos de niña.
La niña apreciaba los rayos de sol que se filtraban a través de los exiguos cristales de las ventanas, paladeaba los paisajes literarios que se desgranaban a través de los muchos libros que le traían, disfrutaba de los sabores de los alimentos que un grupo de valientes temerarios les llevaban jugándose la vida. El peligro a ser descubierto por la gente que trabajaba en el piso de abajo les obligaba a total quietud durante el día. Cualquier paso en falso en aquellos suelos de madera les delataría de inmediato. Disfrutaba de los breves instantes de felicidad que Dios , aún en cautividad le regalaba cada día. Y nos dejó ese testamento de vida tamizado a través de sus inocentes ojos de niña.
Los niños siempre son fuente inagotable de inspiración como el protagonista de esa oscarizable película que estos días proyectan nuestros cines. Jojo Rabbit. Un film que muestra los métodos de propaganda nazi antisemita que los maestros usaban en la escuela y que el pequeño Jojo, cuyo amigo imaginario es el propio Hitler, asimila llegándose a creer historias asombrosas sobre los judíos tales como que eran seres diabólicos a los que crecían cuernos y alas.
Pero un día descubre que su madre esconde en la buhardilla de su casa a una hermosa y joven judía huérfana que no encaja en la descripción que le contaron. Es entonces cuando sale la mejor parte del pequeño, esa que ni ideologías ni propagandas lograron anular.
Pero un día descubre que su madre esconde en la buhardilla de su casa a una hermosa y joven judía huérfana que no encaja en la descripción que le contaron. Es entonces cuando sale la mejor parte del pequeño, esa que ni ideologías ni propagandas lograron anular.
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