Pero un día las cosas cambiaron. Recuerdo aquel amanecer gris plomizo. La abuela me levantó más pronto de lo habitual. Sin decir palabra posó con energía el tazón de leche del desayuno sobre la mesa. Y en el mismo silencio me tendió una maleta gris que contenía mis escasas pertenencias. Un destartalado autobús me condujo por una carretera sin final. A partir de ese momento mis recuerdos se camuflan en la niebla. La misma que me recibió en aquel alejado rincón de Whitechapel.
La abuela me había insistido.
.- No sueltes el sobre: 24 Donset street.
Luego me enteré de que era una de las calles más miserables de Londres.
.- No lo sueltes rapaza. Esos bárbaros no hablarán cristiano pero al menos supongo que sabrán leer.
Mis padres pertenecían a la clase social de los cockneys. Fácil de identificar por su característico acento de inglés de los bajos fondos. Mi madre se creía una especie de Eliza Doolitle, el personaje que Audrey Hepburn encarnó en My fair lady, aquella florista del cine, una de las cockneys más ilustres. La recuerdo el día de mi llegada junto a mi padre. Con cierta elegancia pese a la miseria circundante. Aunque mis progenitores habían tenido algo más de suerte que el resto de sus vecinos.
Al verme me abrazaron con fuerza. Yo tenía siete años y era la primera vez que recibía un abrazo de mis padres. Bueno, en realidad era la primera vez que recibía un abrazo de alguien de mi familia. Hasta entonces sólo conocía de su existencia a través de las contadas cartas que el cartero de Naredo, siempre temeroso de las intemperancias del carácter de mi abuela, dejaba apresurado en nuestro buzón antes de marchar zumbando cuesta abajo con su bicicleta.
A partir de entonces dejé de ser una niña abandonada para convertirme en una niña desarraigada.
El inglés, la niebla y una familia postiza forjaron este carácter taciturno que siempre parece acompañarme y que tú has sabido comprender mi estimada colega.
De pronto Tara regresó a la sala de profesores. Parecía recién llegada de un largo viaje.
.- No me importa que me lo preguntes. Es bueno que alguien se interese por mis cosas. La muñeca forma parte de una terapia que he iniciado. Debo llevarla conmigo durante un año para curarme las heridas que aún padece mi niña interior. No debo olvidarla nunca por eso siempre me acompaña a todas partes, incluso cuando voy al gimnasio me la llevo. No le vaya a ocurrir lo de aquella niña a la que dejaron abandonada en la casa de Águeda allá por tierras del Fenar. La terapia exige que al acabar el año se la regale a alguien. Tal vez te la regale a ti ¿Te gustaría Violeta?
Mira, ahí está Leyre en el pasillo. Me temo que con este último parte nadie la va a librar de la expulsión.
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