lunes, 13 de agosto de 2018

LA MONTAÑA Y EL ÁNGEL




¡Venga ánimo Marta, ya queda poco! Ahora todo cuesta abajo, una ligera subidita y ¡ahí está!

Cada día que trotaba por vía Bardaya miraba a esa montaña como si ella fuera mujer galana y esquiva, de esas interesantes que de tanto resistirse se hacen aún más deseables. Polvareda: imponente macizo de caliza.
Aquel domingo yo estaba postrada por un implacable virus veraniego. Se requería motivación para salir del atolladero. Y recordé cercana la celebración de la prueba. La página web me dio la respuesta. El reto llevaba nombre francés: Le petit. 14 kms con ligero desnivel de 1.000 metros. No llegaríamos al pico pero  accesible me pareció el desafío. No había cierre de control así que llegar la última no sería afrenta por lo tanto me inscribí. 


El día anterior a la celebración de la prueba había una charla técnica en la que Javi, uno de los organizadores informaría sobre los detalles de las pruebas. Fui al evento informativo enfundada en un coqueto vestido de volantes ibicenco. Percibí alguna mirada  del resto de montañeros en traje de faena. Me divertí imaginando sus pensamientos: 

Esta de blanco se debe creer que “le petit” es un cóctel en lo alto de la montaña servido por una bandada de serpas en pajarita. No sabe lo que le espera, pobre.

Y llegó el día. 9 de la mañana. La banda sonora invitaba al reto. ¡Espartanos! ¡Cual es vuestro oficio!¡Auuuuu!. Fueron sencillos los 5 primeros kilómetros. Trotecillo ligero a la fresca disfrutando de un hermoso bosque arropado por robles. Tal goce en detrimento de la velocidad propició que pronto el corredor escoba designado por la organización fuera mi compañero durante gran parte de la carrera. 
Pronto, el cansancio de piernas hizo propicios constantes tropiezos. Peligraba la gesta.

-       Al final caeré.
-       Céntrate en el camino.

 Esas fueron las palabras de mi compañero escoba fueron también revulsivo y guía para recomponerme .Los  avituallamientos, generosos y ubicados estratégicamente también ayudaron así como el nutrido grupo de voluntarios que coreaban palabras de ánimo.
La primera gran subida fue demoledora. Las piernas rechistaban, el sol castigaba y la sed taladraba. Pero nuevamente la palabra de un voluntario, esta vez por su toque jocoso, me impulsaron.

-       ¡Venga! ¡Que alguno parece un turista paseando un sábado por la nocheeee!

Y pensé en los que pudieron dudar el día anterior de esta montañera al verla enfundada en su vestido blanco de puntillas. Así que al instante me recompuse. Tenía que hacerlo, por mi, por ellos.

- Cuando venga cuesta abajo prueba a trotar. Es mejor ya que las articulaciones sufren menos. Procura relajar todos los músculos, incluso la mandíbula.

Eran las palabras del “escoba” que hacía tiempo para mi había dejado de serlo para convertirse en mi ángel guardián.
A menudo era necesario apartarse para dejar pasar a los corredores de Trial, la prueba reina del día. Unos corredores y otros nos animábamos. Camaradería en las cumbres.
Cartel de 5 últimos kilómetros. Trote alegre pese a empezar a notar sensación de frío en las piernas que preludiaba calambres inminentes.
Y a 2 kms a falta de meta una impenitente subida en la que creí finiquitar irremisiblemente.
-Venga que ya queda menos

Mi ángel me animaba.

-       ¡Vaya garrula te ha tocado! Bromeé con mi compañero.
-       ¡No mujer!
-       Ya tengo que contar a los nietos.
-       Tendrás que escribirlo.

1 kilómetro. Ya estaba hecho.
Y en una pequeña roca apareció  Pablo. Uno de mis alumnos. Imagine  cierta admiración en sus bonitos ojos claros. Al final la profe iba a poder. El ya había terminado la carrera hacía casi una hora. Pero decidió acompañarme. Un alumno  nuevamente se convertía un motor de ilusiones.

¡Venga ánimo Marta, ya queda poco! Ahora todo cuesta abajo, una ligera subidita y ¡ahí está!

Y fue así como entre en sprint final en la línea de meta.

Agotada, extenuada, pero muy bien escoltada.

Una de las organizadoras tras felicitarme confesó: No pensé yo viéndote con aquel vestido…

Y al punto vi a mi compañero de camino. Aquel corredor escoba. Quise conocer si nombre.

-       Me llamo Ángel.

Sonreí divertida pensando que no podía llamarse de otra manera.






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