El lenguaje simbólico de los números en la Biblia siempre ha ejercido sobre nosotros fascinación.
Los semitas usaban las asociaciones numéricas con naturalidad para transmitir ideas,mensajes o claves. Entre los números más fascinantes destaca el siete. Dígito envuelto desde la Antigüedad en un cierto halo de misterio. Pitágoras alabó de él la perfección y Dante se apropió de él para numerar los mismísimos infiernos. Es considerado mágico por aunar el sagrado trinitario número tres junto al cuatro, número de las estaciones y elementos terráqueos. La suma de ambos arroja el siete llamado número de la perfección.
Del siete dijo Hipócrates que poseía virtudes ocultas por ser dispensador de la vida ya que siete son las etapas que configuran la vida del ser humano. De ahí el número de los sacramentos: signos instituidos por Jesús para conferir la Gracia que la Iglesia administra con sabía prudencia. Nacemos a la vida sobrenatural por el Bautismo, damos fruto con la confirmación que acompaña nuestra adolescencia, nos nutrimos con el pan del cielo eucarístico, la reconciliación nos levanta de todas nuestras caídas, fundamos hogares fecundos recibiendo la bendición matrimonial, partimos con la esperanza de ser recibidos en la casa del Padre o recuperamos vigor con los santos óleos de la unción de enfermos. Pero algunos tienen el privilegio de ser elegidos para apacentar el rebaño de los hijos de Dios. Ellos reciben el sacramento del Orden Sacerdotal. El Señor mismo los designa. Y ellos recogen el testigo para pastorear el rebaño de Cristo. Ha sido este un año para recordarlos, rezar por ellos y por las vocaciones. Es necesario seguir rogando al dueño de la mies para que envíe sacerdotes santos que colmen y sacien a todo este gran número de almas sedientas de Dios. Por cierto, volviendo al número siete, dicen que es también número masculino que como saeta conduce al cielo que todos anhelamos.
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