Decía Concepción Arenal , miembro de las conferencias de San Vicente de Paul, célebre activista feminista y visitadora de cárceles que la clave está en odiar el delito pero compadecerse del delincuente.
Pero yo quiero contaros aquella historia.
La conocí mientras desarrollaba un voluntariado en Proyecto Hombre. Me habían encargado redactar un escrito para evitar que un muchacho que había atracado en una gasolinera entrara en prisión por primera vez. Si el chico se avenía a someterse a un tratamiento de desintoxicación podría librarse de entrar en la cárcel.
Fue entonces cuando ella me contó algo sobre ese mundo de barrotes.
Justina, carmelita vedruna era bajita y tenía unos ojos azules vivarachos que parecían estar siempre sonriendo. Acudía varias veces a la semana al centro penitenciario donde todos la conocían y admiraban. Su labor consistía en escuchar y acompañar. Sólo con eso conseguía devolverles un poco de la dignidad perdida por años de tropelías y quebrantos.
Julio fue uno de aquellos presos que se le quedaron prendidos en el corazón. Traía una historia dura de consumo de drogas y un nutrido expediente delictivo en su currículum vitae.
.- Recuerdo la primera vez que vi a Julio - me contaba - Era incapaz de mirarme a la cara. Y cuando lo hizo vi en sus ojos un sufrimiento atroz.
Luego - proseguía su relato- nos fuimos conociendo y fue abriendo su corazón. La confianza fue aumentando.
Justina a menudo le instaba a que mejorara sus hábitos de aseo.
.- Quítate esas barbonas - le decía. Y entonces Julio se pasaba la mano por la barbilla y bajaba la cabeza deliciosamente ruborizado.
Un día Justina enfermó. El corazón le jugó una mala pasada. La intervención fue larga y complicada y tras la anestesia la mujer deliraba diciendo con voz entrecortada "quiero ver a los míos ". Sus familia reforzó sus cuidados y desvelos ignorando que detrás de aquella expresión estaban los que ella consideraba su verdadera familia: los presos.
Una vez restablecida de la intervención le informaron de que tenía una visita muy especial. Un elegante muchacho enfundado en un flamante traje y con un afeitado impecable. Acababa de salir de la carcel.
Ya estaban aquí
Ya estaban aquí... los suyos.
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