Hora extrema en la que se estremecen las almas.
En un pequeño huerto a las afueras del pueblo un grupo de hombres se retiraron a orar, pero sólo uno reza mientras el resto dormita vencido por el cansancio y la desgana.
El hombre llora en silencio.
Un silencio que presagia tragedia.
En la lejanía se adivina el azote del látigo que morderá implacable la carne divina de un Dios camino, verdad y vida que nuevamente se humillará por amor. Es hora de pasión y tinieblas, de zozobras y gemidos. Es momento de extravío, mentiras y muerte. La creación detendrá su impulso para arrodillarse en espera del trágico momento en que el más Amado exhalará su último aliento. Momento de tentación de esconder la cara para no ver ese cuerpo descoyuntado y vencido por la cobardía y mezquindad de una humanidad que se entregó al pecado. Es ahora cuando se cumplirán todas aquellas profecías que pregonaban el sufrimiento del Redentor, las mismas que hablaban de espadas de dolor que atravesarían el alma de la más Bienaventurada, la madre dolorosa que permanecerá llorando al pie de la cruz mientras a su lado un joven imberbe enjugará sus lágrimas. Hora fatídica y desamparo en que el Maestro volverá a preguntarnos como a aquellos Doce: ¿También vosotros queréis marcharos?
Y nuevamente secaremos las lágrimas del rostro para dejarnos seducir por su mirada redentora mientras extendemos nuestra mano para caminar con él a cualquier parte. Y nuevamente nuestro horizonte se prenderá de la refulgente luz de un sol que brillará rompiendo para siempre la noche de nuestra frágil humanidad.
En un pequeño huerto a las afueras del pueblo un grupo de hombres se retiraron a orar, pero sólo uno reza mientras el resto dormita vencido por el cansancio y la desgana.
El hombre llora en silencio.
Un silencio que presagia tragedia.
En la lejanía se adivina el azote del látigo que morderá implacable la carne divina de un Dios camino, verdad y vida que nuevamente se humillará por amor. Es hora de pasión y tinieblas, de zozobras y gemidos. Es momento de extravío, mentiras y muerte. La creación detendrá su impulso para arrodillarse en espera del trágico momento en que el más Amado exhalará su último aliento. Momento de tentación de esconder la cara para no ver ese cuerpo descoyuntado y vencido por la cobardía y mezquindad de una humanidad que se entregó al pecado. Es ahora cuando se cumplirán todas aquellas profecías que pregonaban el sufrimiento del Redentor, las mismas que hablaban de espadas de dolor que atravesarían el alma de la más Bienaventurada, la madre dolorosa que permanecerá llorando al pie de la cruz mientras a su lado un joven imberbe enjugará sus lágrimas. Hora fatídica y desamparo en que el Maestro volverá a preguntarnos como a aquellos Doce: ¿También vosotros queréis marcharos?
Y nuevamente secaremos las lágrimas del rostro para dejarnos seducir por su mirada redentora mientras extendemos nuestra mano para caminar con él a cualquier parte. Y nuevamente nuestro horizonte se prenderá de la refulgente luz de un sol que brillará rompiendo para siempre la noche de nuestra frágil humanidad.
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