Una escena del oeste.
El cowboy sale golpeando las dos puertas de la taberna mientras agazapados una cuadrilla de malechores le esperan para matarle y rematarle con un borbotón de balazos a bocajarro. El hombre baila una danza macabra e histriónica al ritmo de los impactos que cuajan en su cuerpo antes de verle caer al suelo vencido pero sin soltar el revolver de la mano.
Las películas de forajidos a menudo terminan así, sobre todo para despacharse al malo.
Y así me he sentido recientemente, invadida de manera violenta por un aluvión de recuerdos que pugnaban por remover mi conciencia para nublar momentos de felicidad.
A veces los recuerdos atacan e interpelan, violentan y estremecen. Arrebatan los reductos de libertad amenazando con demoler los sueños. Es entonces cuando uno se percata de la fugacidad que siempre acompaña el momento presente. Las imágenes que la mente evoca atraviesan el alma con el filo de una espada sarracena, afilada e hiriente.
Mis heridas se formaron entre las piedras del viejo caserón pétreo perdido por aquello valles de Liébana que tantas veces he transitado en épocas estivales en compañía de mis padres.
Los mensajeros del pasado vinieron en oleadas, en hordas funestas como las mismas que forzaron la huida de los cristianos maragatos desde Astorga hasta estos valles cántabros.Peregrinaron a esas montañas pasiegas con Santo Toribio en busca de un hogar mejor para ese lignum crucis del brazo izquierdo de la cruz sobre el que descansó el brazo del Maestro. En busca de estos vestigios llegó hasta aquí el bueno de San Francisco de Asís y son sus hermanos menores, los franciscanos, custodios de los santos lugares, los que se quedaron aquí después de que ninguna otra orden quisiera restaurar los desaguisados de una vengativa desamortización llevada a cabo desde el más visceral odio a la iglesia católica por un tal Mendizábal.
Santo Toribio de Liébana es un lugar de peregrinaje, como lo es Santiago, Roma, Jerusalén o Caravaca. Santos sitios donde el hombre y la mujer acuden con unción y esperanza en busca de el dorado espiritual que logre calmarles una sed que nunca se apaga. Buscan razones, respuestas, motivos. Buscan remedios, curas y mementos que consigan aplacar temores, remediar errores y recuperar recuerdos, esos mismo que de nuevo evocan aunque a menudo revienten el alma derramada en nostalgias que amenazan el presente pretendiendo atenazar el futuro.
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