En San Isidoro, sentadas, rezábamos frente a la Custodia sintiéndonos custodiadas, guardadas y guiadas por un Dios hecho hombre que sentiamos muy cerca todavía embargadas por la alegría pascual que estamos celebrando.
Me alegré de poder compartir mi fe con ella.
Nos conociamos desde hacía poco más de una hora pero sentíamos como si nos conociéramos desde hacía
mucho tiempo.
.- Este es un lugar muy especial, me dijo al salir. Aquí se reza muy bien.
Había sido en la calle ancha donde me había abordado con delicadeza para preguntarme donde estaba la catedral.
Su rostro irradiaba el cansancio de quien viene de lejos y ha caminado mucho.
Cristina había dejado atrás su Bruselas natal para embarcarse en el Camino de Santiago francés.
Ya había comenzado el año pasado pero hubo de dejar el Camino cuando se encontraba en Burgos. Le avisaron de que su padre se moría. Voló rápido a acompañarle en sus últimos instantes y luego volvió a terminarlo.
Mi peregrina tenía unos cincuenta años, tres hijos y un marido periodista que desde el inicio fue rechazado por una familia conservadora dedicada a la ingeniería que quería para su niña un marido bien que no desentonara con el entorno familiar.
.- El camino ha cambiado mi vida - me decía - me he convertido. Cuando comencé estaba muy enfadada. El corazón endurecido. Resentida contra mi padre. Enfadada con mi marido por su poca paciencia. . Una vez que volví a Bélgica a despedirme de mi padre quedé en paz.
Mientras relataba estas intimidades de su vida familiar unas lágrimas polizonas surcaban su rostro humedeciendo su piel reseca por los excesos de un sol inusual para este mes de abril.
Después de enseñarle la Catedral y San Isidoro intentamos buscarle acomodo para pasar la noche pero no hubo manera de encontrar alojamiento. León está de moda, nos decían hosteleros y hospitaleros . Desde
que tenemos el Ave la gente de Madrid acude en tropel los fines de semana.
Las palabras se nos desgranaban con la torpeza propia de quien tiene que acomodarse a un idioma que no es el suyo.
Acompañé a mi ya amiga hasta el parque de Quevedo, dirección a la Virgen del Camino. Cristina siguió su viaje tras regalarme un intenso abrazo que me supo a fraternidad jacobea.
Recordé mi etapa de peregrina. Y sentí cierta envidia de aquella mujer a la que Santiago regaló de nuevo un padre que seguramente ahora la esté cuidando más que nunca.
¡Buen camino Cristina!
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