Pesan y pasan los años de una manera cruenta.
Claman los huesos abruptamente.
Inundan las canas sin piedad.
No hay consuelo para los viejos
Y la soledad produce tanta desazón.
Todo en el que envejece es disonante
Hasta la mirada más inocente que acaricia al niño
Porque no pudo tenerlo
Le sueña, le ansía, le busca
Con una caricia, un balbuceo
que le robaron los días al no querer dárselo
Me privaron de las delicias de la sonrisa de un niño
o de una niña a la que poder peinar coletas
mientras yo la escuchaba tararear una vieja canción de antaño
Pero el viejo no cuenta, no vale, no piensa.
Forma parte del mobiliario del parque.
Paisaje con figuras y con palomas que vuelan
esparciendo plumas que nada tienen de pacíficas.
Tan solo de vez en cuando se escapa una pelota
y el niño se acerca sin percibir el anhelo
de esa vieja sentada en la plaza que sueña brumas
mientras espera lentamente la guadaña que cercena.
Esa es la única que últimamente da señales de vida.
¡Toma bonito!¡Te la doy en la mano! ¡Ya quisiera!
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