Lacia y lenta la violeta languidecía
disipaba
su recio color púrpura entre las hendiduras
del añejo portalón de roble
que custodiaba el acceso
al caserón de adobe.
El sol se filtraba a través de las rendijas
de las estancias solariegas,
luz latente tras los ventanales opacos.
Y la Luna gemía por el abandono.
En esto llegó un colorín sonoro
viveando el tapiz sonoro del enrejado.
Gorjeaba alentando a la mañana
en ímpetu raudo
volviendo romas las aristas del olvido.
Y se posó en la violeta lánguida
que palidecía,
y cantó sus trinos lisonjeros,
y crepitaron las aguas del manantial arcano,
y estalló la noche en la ventana,
y se escapó la Luna en la mañana,
y sonaron versos
en el dulce anhelo
que a gustar convida.
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