Llegamos al final de una temporada de sobresaltos, anhelantes de reencontrarnos con los paisajes estivales. Regresan a nuestros pueblos, en racimos, los alejados, tal vez un tanto más recelosos por las circunstancias, pero siempre anhelantes de compartir recuerdos y vivencias. Las terrazas de los bares se pueblan de cafés mañaneros compartidos, risas al atardecer. La iglesia se llena de fieles que se miran expectantes a pesar de la insoslayable mascarilla, y los caminos se pueblan de paseantes vecinos y foráneos que detienen su caminar para narrarse los aconteceres que llenaron el extraño curso que nos vio sortear obstáculos y lidiar sobresaltos. En las conversaciones el protagonismo es para el de siempre, que sigue pertinaz en sus oleajes, pero también se habla de los ancestros, y de los tiempos de antaño en que todo se adivinaba más cristalino y afable. En derredor riadas de niños crepitan cascabeleros ajenos a preocupaciones adultas. Y los abuelos, en el banco distante del tiempo combaten el olvido perdiendo su vista en las montañas.
Sucumbe la tarde.
El día acaba en un deseo sincero y santo.
Hasta mañana, si Dios quiere.
Hasta el curso que viene, amigos
No hay comentarios:
Publicar un comentario