Maudie fue una mujer canadiense que vivió desde muy joven una enfermedad degenerativa que deformó sus manos y pies.
Huérfana de padres sólo le quedaron una serie de parientes que la trataban de inútil
¡No sabes valerte por ti misma!. Esta era la cantinela habitual que cada día taladraba sus oídos
El escape de Maud era la pintura. A través de ella, recreaba un fascinante mundo interior pleno de exuberante cromatismo. Gracias a esos escapes pictóricos le crecían las alas que el creador aparentemente le había limitado.
La historia ha sido llevada a la pantalla y podemos disfrutarla estos días.
El color de la vida narra esta historia real de una pintora folk canadiense que ve transformada su rutinaria vida en la casa de una tía tirana cuando un rudo pescador llamado Everett la contrata como criada para luego acabar convirtiéndola en su esposa. Conmueve observar la evolución que este hombre aparentemente despiadado va experimentado a medida que su frágil compañera conquista su mundo gris mediante la luz y plenitud que suelen desprender las personas acrisoladas por los sufrimientos físicos. El hombre, criado en un orfanato, la trata al principio peor que a cualquier animal.
Mujer, primero son los perros, luego las aves y gallinas de corral...luego estás tu.
Pero Maud atisba un corazón dulce bajo aquella postiza rudeza y comienza a transformar la fea y desolada casa de Everet en un hogar plagado de dibujos que llegan a oidos del mismo Nixon.
La historia apuesta por el amor puro que triunfa más allá de las apariencias y convencionalismos
Conmovedora la escena en la que enfurruñado tras una pelea conyugal el pescador reconoce
¡Eres mucho mejor que yo!
Maudi balbuciente le contesta
¡Contigo tengo todo lo que necesito!
Eso es amor...y del bueno.
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