Yo también estuve en Lourdes.
Era una peregrinación del Movimiento Familiar Cristiano.
Fue entonces cuando aquella niña enfermó. Mientras estábamos allí a su madre le llegó la noticia.
Su padre, que se había quedado en Burgos con la mayor de sus hijas porque sufría un malestar que se traducía en vómitos y visión borrosa llamaba asustado porque los médicos habían detectado un posible tumor. Las sospechas se confirmaron, el tumor, situado en la cabeza, tenía un pronóstico y curación complicado. Debido al sitio donde se hallaba ubicado era posible que de ser tratado alguna de las facultades esenciales como el habla o el movimiento se vieran afectadas.
Y comenzamos a rezar con fuerza. Una gran cadena de oración se extendió por todos los equipos nacionales.
Por la noche, a la luz de la vela nos reuníamos en familia a rezar el rosario. Recuerdo a mi pequeña pasando perezosamente las cuentas entre los dedos con los ojos medio cerrados pero con la voluntad férrea de permanecer en oración para salvar la vida de su pequeña amiga.
Yo animaba a su familia exhortándoles a que mantuvieran la fe.
No nos pueden hacer esto, hombre, venimos de Lourdes.
Puntualmente el padre nos informaba de la evolución de la enfermedad.
Un día los acontecimientos dieron un vuelco.
Contra todo pronóstico, inexplicablemente el tumor se había reducido lo cual libraba a la paciente de la necesidad de cualquier intervención. La pequeña niña con nombre de agua se había salvado.
Una vez más María. La Inmaculada Concepción había intercedido para salvar la vida de uno de sus queridísimos hijos. Y es que cuando una madre se empeña en algo vaya si lo consigue y más si es el cielo el que la respalda.
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