Sube la calle ancha con el taburete en mano.
Ya tiene la cara pintada y el mono enfundado.
Mira disimuladamente a los transeúntes con desazón.
Lleva una pena tan negra como la pintura que tizna su cara
Permanecerá toda la tarde hierático.
Esperando un futuro que no llega.
Alzado en medio de una multitud que ignora su zozobra
caminando impasible a su lado sin percatarse
de que un Ere le cerró las puertas al futuro.
Cegaron la boca del pozo negro
y con ese sello le impusieron un futuro
tan negro como el carbón que antes llenaban los vagones.
Cada mañana varios trenes repletos
partían para los altos hornos del País Vasco
Pero ya no renta.
Inútiles fueron las marchas verdes y negras.
Todos se han ido marchando.
Ser minero ahora es para él permanecer
como mimo en lo alto.
A la manera del soldadito de plomo
que permanece expuesto en la hornacina.
Esperando que los burócratas
negocien subvenciones que abulten los bolsillos
de los de siempre, esos que cada poco elegimos
en elecciones que no concluyen.
Vestido de faena,
piqueta en mano
reliquia de un mundo que perece.
Paso al lado del minero
y recuerdo los que veía a diario
en mi pueblo cuajado de montañas
repletas de antracita.
Al lanzarle una moneda
me sonríen sus ojos azules.
Y al fondo suena la música de un acordeón
entonando la melodía mágica que habla de una tal Santa Bárbara...
No hay comentarios:
Publicar un comentario