lunes, 25 de julio de 2022

HISTORIAS DE NUEVA YORK

 HISTORIAS DE NUEVA YORK.

Por Marta Redondo, corresponsal DMV en Nueva York. 

Durante una semanita, corta pero intensa.

 

Es difícil escribir sobre Nueva York sin incurrir en alguno de los tópicos que se han dicho sobre ella.



La ciudad que nunca duerme. A cualquier hora del día la calle estalla de vida. Una orgía de olores provenientes de distintos puestos de venta ambulante de bebidas, smoothies, perritos calientes, kebaps, y opciones gastronómicas de lo más variopintas. En cualquier rincón un afroamericano dispuesto a venderte algo. Una explosión de vidas y  diversidad transitando por el metro, por calles y avenidas, desde autobuses, esperando un taxi amarillo que llegará al momentos. Las carreteras plagadas de coches, bicicletas que serpentean por el interminable carril bici que recorre como una arteria, toda la ciudad. Hileras infinitas de bicicletas donde algunos se sirven simplemente para hacer ejercicio en bicicleta aerostática.

 






Queens, es status, mansiones inalcanzables, bienestar, barbacoas en las calles, pistas de tenis inalcanzables.  Riqueza aséptica.










Bronx es agentes de policía extra, vendedores de droga en las esquinas, como palomas mensajeras expendedoras de muerte, buitres blancos que acechan para causar desastres alrededor, colegios encerrados en jaulas para que no se escapen los estudiantes. Ninguno quiere estar allí estudiando cuando puedes triscar a tu libre albedrío enredado con tu pandilla, reinando en las calles, causando temor ante los que se cruzan en tu camino. No mola la escuela,  y menos si a la entrada les despojan de armas, que son su fuerza, su poderío, su triunfo. En el centro del barrio,  la escalera por la que Joaquín Phoenix se lanzaba a risotada limpia siendo un Joker irreverente que desafiaba al mundo desde el corazón del barrio más golfo e inseguro de Nueva York.

 

 

 


 

 

 







 

 

 

 

 

 

Harlem, imperio negro, reminiscencias africanas de los que llegaron para ser tratados  como perros salvajes, como animales de carga, sin paga, sin techo propio, orillados en los sótanos de las casas. Para satisfacer las necesidades de los señoritos blancos. Ahora son los afroamericanos que cantan orgullosos y esperanzados en las misas godspell ataviados con el vestuario africano que les recuerda quienes fueron. ¡Aleluya! Allí tenemos el teatro Apollo donde brillaron Michael Jackson, Aretha Franklin, Charlie Parker, Stevie Wonder, Lionel Richie. Donde lloró la trompeta de Luis Armstrom. Harlem vibró de alivio cuando Barack Obama ganó las elecciones y el primer y hasta ahora único presidente de Estados Unidos quiso establecer allí su despacho para no olvidar sus orígenes.

 





















 

 

 

 

 

 

 

 

Los que tampoco olvidan sus orígenes ni su historia de sufrimientos son los judíos del barrio de Williamsburg, en Brooklyn. Siempre fieles a su ortodoxia férrea, ataviados de negro riguroso que les cubre por entero incluso bajo el impenitente sol de un implacable julio neoyorkino. Guardianes de la tradición con tanto celo como del patrimonio que saben acumular muy bien y con mucho tino. El idioma hebreo campa a sus anchas por el barrio. Pureza, recato, discreción, y todo bajo la atenta mirada del rabino que ojea a los muchachos para encontrarle marido a las mujeres. Todo ello a cambio de una jugosa cantidad. Endogamia y segregación del resto en Williamsburg. Una de las comunidades judías más numerosas del mundo. 

 

 

 

Y Manhattan, vanidosa, se mira al Hudson exhibiendo sus alhajas, rascacielos que  dibujan la silueta skyline que recorta el cielo en las noches estrelladas proyectando miles de luciérnagas sobre el río mientras los ojos del mundo miran a la Babilonia presuntuosa que es la envidia del mundo, la vergüenza de los pobres locos que gritan su misericordia y la admiración de las gentes que se mueren por cantar, como Sinatra, cruzando el puente de Brooklyn mientras se emocionan ante la contemplación de lo inalcanzable.

 

 


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