Voy a correr el riesgo de destapar un secreto. Será lo justo para contaros lo que hoy quiero compartir con vosotros.
Ha sido esta semana. Durante una evaluación. Un par de alumnos quisieron acudir para transmitirnos sus ruegos, sentires y pareceres. Terminaban la ESO y querían darle cierta solemnidad al acontecimiento.
No es lo habitual.
Aunque ellos han sido parte de un grupo no demasiado convencional por haber tenido un par de ocurrencias que dejaron descolocado a los profesores que les impartiamos clase. Primero les dio por adoptar una violeta africana como mascota. Decían que querían cuidar de un ser vivo. Le pusieron mimo y esmero, pero la falta de práctica y pericia hortelana provocaron el irremisible óbito de la desafortunada plantita. Luego quisieron colgar un crucifijo en el Aula, empeño que quedó en intentona frustrada por el reclamo de una profesora celosa cancervera de la aconfesionalidad estatal.
Pues bien, los pupilos querían hacer balance, reclamar algunos puntos y puntualizar ciertas cuestiones con las que no estaban de acuerdo. Eran asuntos domésticos: sugerencias de mejoras, propuestas de cambios en materia logística y alguna que otra protesta por castigos colectivos que consideraron injustos. Tras exponer sus opiniones, tuvieron a bien felicitarnos a todo el equipo docente allí presente por todo lo que les habíamos ayudado. Una de cal y otra de arena.
A nadie le gusta que le lean la cartilla. Algún colega expresó desacuerdo con lo dicho. Pero la verdad es que en mi opinión Supieron hacerlo todo lo bien que pueden hacer las cosas jóvenes de 15 años.
No pude evitar sentir cierto orgullo pensando en esta hornada de muchachos que saben reclamar sus derechos pero a la vez agradecer el esfuerzo de los que hemos tenido la suerte de ser sus educadores. Ellos conocen bien cuando el profesor que tienen delante posee vocación. Lo aprecian y valoran.
Aquel que disfruta de sus avances, se ríe ante sus ocurrencias a menudo un tanto estridentes, gozar de sus logros y descubrimientos.
Ellos a menudo descolocan y dislocan, apabullan y desesperan, sorprenden y animan. Pero nunca dejan de asombrarnos.
Voy a confesaron una cosa, cuando llegue septiembre estaré deseando verles de nuevo.
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