.- Pues tiene cara de buen chico
.- Lo es, lo es.
.- Y las que están delante que serán la madre y la hermana ¿no?
.- Supongo que serán familia si.
.- Pues estarán orgullosas...ya podía ser uno de mis hijos.
.- Bueno no desespere mujer, nunca se sabe.
Y mientras la conversación se producía pensaba en un amigo que tras quedarse viudo y despedirse de su trabajo en la banca, una vez criados sus hijos, ha decidido hacerse sacerdote. Las acompasadas voces de los coralistas del coro de la catedral de León me sacaron de mis pensamientos que huyeron embelesados tras las hermosas notas del Panis Angélicus. El ritual del sacramento del orden estaba llegando a su fin. Ya estábamos en el momento de la comunión.
No podía por menos conmoverme una vez más ante la belleza de la Liturgia católica. Miraba los rostros graves y solemnes de los sacerdotes, las hermosas dalmáticas de los Diáconos acompañantes, me recreaba en el deleite de una solemnidad dispuesta para recibir el Misterio.
Un nuevo pastor estaba dispuesto a incorporarse al grupo de los elegidos para apacentar a las ovejas. Y el pastoreo de almas es ardua vocación que requiere fidelidad, templanza y gran dosis de paciencia. Guillermo, hombre sensato y templado, es consciente de que la misión encomendada proviene de una vocación de héroes, pero también sabe que Dios no elige a los más preparados, sino que prepara a los que elige.
“Te querrán cuando te necesiten y te olvidarán cuando no les hagas feliz, no obstante, da más de lo que puedas y entrégate sin reclamaciones”. Estos fueron los consejos del Obispo en los que exhortaba al nuevo presbítero a ser fiel pese a los sinsabores de su ministerio.
Guillermo probablemente sabe todo eso. Pero juega con ventaja: ha descubierto un enorme tesoro escondido que merece la venta de todas las posesiones terrenas. El Evangelio de Jesús de Nazaret. El amigo bueno que no quita nada y lo da todo.
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