Curiosidad, perplejidad, hilaridad, desconfianza, contrariedad, vuestras caras, algunas de vuestras caras, siempre tan elocuentes, lo decían todo cuando ella entró en el aula. "El discursito de la monjita que viene a darnos la brasa". Pero vuestra desconfianza fue tornándose: asombro-simpatía-admiración a medida que Sor Lucía desgranaba la apasionante historia de su odisea misionera.
Mientras desde google maps trazaba la larga ruta recorrida desde Chile a Camboya, haciendo escala en Madrid y luego en Tailandia, costaba imaginarse a esta hermana realizando tal epopeya tras salir de la palentina villa que le vió nacer: Carrión de los Condes.
Dominica misionera de Santo Domingo, valiente, decidida a la vez que discreta y delicada.
Su manera de relatar historias os fue envolviendo hasta cautivaros. Hasta los ciclones tempestuosos de 1º de ESO fueron capaz de plegarse ante sus fascinantes historias. Y es que no es muy habitual recibir a una religiosa en un Instituto Público, pero tampoco lo es conocer a una persona que ha vivido tantas historias y sabe contarlas con tanta fuerza: su estancia en las Parroquias enseñando y evangelizando a los niños, el paso por la cárcel: inhóspita, donde se masca una fría soledad (los presos lo rompen todo por lo que les han desprovisto de todo mobiliario, ni tan siquiera las ventanas tienen cristales por eso el frío es insoportable) pero en medio de todos esos avatares ella se sentaba en el cemento para estar con ellos, como ellos, padecer sus miserias y sufrir sus penurias. Y un día un preso se quita su poncho para dárselo aunque él se quedara en camiseta soportando bajas temperaturas, Debía tener mi nariz tan roja - comentaba Sor Lucía- que aquel muchacho de poco más de 20 años, se compadeció de mi aunque él luego pasara frío. Esto fue en Chile. allí los guardianes golpean a los presos, y yo tuve que convencerles de que esos golpeados también son personas.
En Camboya Sor Lucía vió muchas cosas. Allí los niños son entregados por sus familias a la prostitución. No pueden alimentarles, no les queda otra. Por eso los turistas - sobre todo franceses y americanos - se llevan a niños y niñas a sus países. En cierta ocasión- contaba- me vi en la estación de autobuses discutiendo con un turista francés. Él voceaba en francés, yo en español. Una locura,. Imposible entenderse, al final llegó un policía. El francés sacó un fajo de billetes y entonces tuve que irme porque el francés ganó la batalla.
Pero entonces ya en España conseguimos reunir 13:000 euros para una camioneta. Si conseguíamos una vehículo a que llevara a los niños a la escuela y dinero para poderles alimentar y mantener allí durante el día los padres no tendrían que entregarlos a estos desalmados. Mientras nos contaba esto en una de las fotos veíamos a esos cuarenta niños entusiasmados a bordo de la furgoneta - nunca he entendido, decía admirada- cómo podían colocarse para caber de una sola vez.
¡Cuántas vivencias os podría contar!.
Las fotos se sucedían en la pizarra digital y los alumnos no pestañeaban. Me recordaba al embrujo que Sherezade ejercía sobre aquel sultán para que no se durmiera. Ellos necesitan permanecer despiertos, tienen que hacerlo y los educadores debemos ayudarles a que abran los ojos para descubrir lo fascinante que puede ser el mundo cuando uno se lo propone.
Mi Sor Lucía con su testimonio es como un bálsamo que cura heridas, que restablece corazones, que devuelve esperanzas. Ha conseguido en pocos momentos que algunos niños se la acercaran al final de las clases para abrir sus almas. Ciertamente no es algo extraño, no será la primera ni la última vez que esto suceda. Cuando alguien va en nombre de Dios y guiado por Él sea a una misión, sea a una escuela, sea a una familia los candados se rompen, las ventanas se abren y los corazones se esponjan.
¡Gracias Sor Lucía!
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