La candidata de RIP.
Por Marta Redondo para CCC.
Pues sepan ustedes que yo, candidata por el partido republicano “RIP”, “Raudos Invadiremos Portugal”, a las elecciones locales recientemente celebradas en este apaisado país con forma de piel de cornudo, decidí empeñarme seriamente. Discúlpeme el auditorio, si entre ustedes se encuentra algún portugués, portuguesa o descendientes, pero desde que los y las ciudadanas de los vecinos lusos han dejado otorgarnos nuestros merecidos doce puntos en las votaciones de las finales del Festival de Eurovisión, he decidido fundar este partido con la única honra de restablecer la honra patria. España se merece otra cosa.
Pero no íbamos a invadir al país vecino sin primero llenar el nuestro, la España Vaciada, de honestidad, progreso, y desarrollo, como diría, el Emérito , o su hijo, Felipe VI, que por cierto anduvo por nuestra noble ciudad romana hace bien poco.
A propósito de sus majestades de Iberia, le preguntaba a una muchacha que saludó a los monarcas qué había sentido al presenciar tan trascendental evento y posar frente a tan egregias figuras. “Pues mira profe, contestó la moza, la cara de la Letizia era muy rara”. “La tenía como asín” mientras hacía hacía ademán de estirarse la cara, como si quisiera plancharla.
Disculpen, oh público Emperador, el inciso, pero aprovechando la coyuntura, había que ejercer de republicana confesa.
Les decía, que empeñada en llenar cada rincón de esta variedad que puebla nuestros arrabales y en especial los de esta provincia decidí presentarme por el RIP en una pequeña circunscripción leonesa de montaña, llamada Estacerveza, conformada por siete pueblos: Chascarrilla, Valle de Montacerveza, Valchusquero, Pillar del huerto y Estacerveza.
Así que con ilusión de colegiala emprendí mi tarea de salvapatrias en el mundo rural. No pocas fueron las aventuras que nos acontecieron en nuestras andanzas montaraces pero a riesgo de aburrirles quisiera relatarles la que aconteció subiendo a “Pillar del huerto”, donde nos recibió una linda pareja de jubilados árcanos: ella llamada Brígida, vivaracha y ocurrente, él Patricio rural, una tanto suspicaz y algo malencarado, y por ende concejal de la oposición, pero que no por ello dejó de recibirnos con la más frígida de sus sonrisas, leí frígida, quise decir rígida, disculpen, esta vista cansada…fúlgida, que decir quise.
Mis compañeros y yo llegamos a aquel idílico lugar, “Pillar del huerto” de belleza sin igual, qué más parecía el huerto de Calisto y Melibea entre montañas, que un pueblín sin embeleso, a las cinco de la tarde, buena hora para torear la situación. Nos recibió la pareja mencionada, sin otro séquito y compañía que sus propios recelos. “Pues no hay lugar para reunirse, nos dijeron” porque aquí en la casa del pueblo la calefacción tarda en calentar. La casa del pueblo, únicamente disfrutada por ellos y su familia cuando acudía de veraneo, se hallaba ubicada en el centro del pueblo, y al lado de la casa de nuestros cicerones, al final de una escalera infinita, “apenas subimos” se lamentó Patricio. Esta muy inaccesible, pero hemos arreglado hace bien poco las ventanas, hay frigorífico, lavavajillas, mesas y sillas de madera, lo que no hay es ascensor. Así que solo van los nietos a jugar en verano, tienen para colorear, y eso . “Ya, todo sea que se lo pongan pronto”, “el ascensor, digo,” les dije sorprendiéndome de mi propia osadía,
“¿Mira veis ese bosque de hayas que despunta entre las montañas?”. Se lamentó Brígida. “Pues ni una señalización le han puesto al camino que conduce hasta él, la gente no sabe que el hayedo pertenece a este valle de Estacerveza, y no al de Ceñuda, como todo el mundo cree”. Y al punto, la mirada centelleante de su Patricio la apuñaló con intensidad demoníaca. “¡Calla, Brígida, por Dios! Que luego vienen a pisárnoslo todo.”
“Se han olvidado de nosotros, no contamos mucho”, amansó Patricio.
“Ya , pues habrá que luchar por volver a recobrar la vida que Pillar tuvo.”. Apostillé, aprovechando la coyuntura de desamparo que flotaba en el ambiente.
“Miren les dejamos un cartel de propaganda electoral.¿Podemos colocarlo ahí?” Y al punto, Pura, una de mis compañeras de escudería política, señaló hacia una puerta oculta entre telarañas añejas como posible ubicación. “Huy ahí no lo pongáis, si es que viene la dueña de la casa cada dos por tres”. Un candado pendía huérfano de una puerta de indefinido tono, completamente olvidado, ahogado en pleno óxido. “¿Ya, pues algo dejada está la finca verdad?”. Comentamos ingenuamente.
Patricio y Brígida se miraron, y volviendo sus caras siamesas, afirmaron casi al unísono , “Venir viene, pero es algo dejada”. “Dánoslo, ya lo ponemos nosotros.”
Y allí quedaron abandonados los carteles. Y allí quedó sepultada mi carrera política, y nuestras esperanzas vanas de llenar España, y de conseguir que otra vez, Portugal nos vuelva a regalar los doce puntos, qué bien nos los merecemos.
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