Desde mi primera África abrazo al mundo que me regala la mixtura humana.
El lamento de los imanes que rasga la noche clamando a Alá que le regale La Paz en medio de la guerra contra el infiel.
Domingo de Ramos en la catedral del Espíritu Santo. Presidida por un Arzobispo recién ordenado, que llena el templo de inmigrantes - 300 -. No saldrán hasta que no haya solución.
De camino al templo un grupo de beréberes organiza su mercancía para con sus ventas salvar el mes. Raza orgullosa y pobre de solemnidad, al menos la que por aquí transita. Se la distingue por esos sombreros de paja decorados con coloridas borlas que asoman como penachos.
La mujer, ninguneada tras velos que ocultan. ¿Algo han hecho? ellos la ven como raíz de sus males lascivos. Son sus ojos sucios los que las esconden tras ese hilillo de vida que se oculta tras el burka. Guantes negros, ropajes imposibles que penden a ras del suelo. Las mujeres invisibles que no acuden a los bares, ni se explayan en las terrazas. Las mujeres ausentes que no se peinan en las peluquerías, porque su cabello se oculta. Siempre cargadas de niños. Así crece su raza. A costa del ningunea miento del genio femenino.
Dios no quiere ausencias de la vida para ninguna criatura, y ellas no viven. Transitan por un mundo diseñada a la medida de ellos.
Todos y todas, dijo el Arzobispo. Cristo también lo hubiera dicho, seguramente.
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