Esta reflexión no es mía, sino de Patricia Esteban Arlés.
Pero me ha emocionado tanto que no puedo por menos de compartirla.
Pensando en que la madre de Patricia podría ser perfectamente mi madre, que gracias a Dios aún vive. He estado tomando café con ella…
“No volveré a tener madre.
Eso pensé, muy trágica, un 9 de abril.
Sentí que era un vestido cayendo de una percha. Quedé colgando como un teléfono ahorcado en la cabina. Fui durante un tiempo un eslabón que ya no formaba parte de la cadena que le daba sentido.
Con el paso de los años he ido sabiendo que las madres son capaces de no irse del todo. La mía reaparece de vez en cuando. Un pañuelo lila, sus gafas, surgen en el altillo de mi armario, en un cajón.
Y a veces regresa una frase perdida durante décadas desde ese baúl de la memoria.
La he visto en ocasiones caminar por la calle, doblar la esquina con su andar inconfundible.
Las madres saben hacer de todo, incluso volver de entre los muertos sin que te dé miedo escuchar su voz. Mi madre, que multiplicaba panes y peces, retorna en forma de geranio rojo o de gato naranja. Sonrío al comprender que me compro algunos vestidos solo porque a ella le hubieran gustado.
Ovalitos, flores.
Mi madre cuando no le gustaba lo que te habías puesto torcía el gesto y decía, "dónde vas,hija mía, si estás hecha un fantoche".
Mi madre hacía que el llanto de un berrinche desapareciera , instantáneamente soltando su antológico "Ay, niña, si lloras el ombligo tienes atao". Que acababa todas sus memorables historias con aquel "En resumidas cuentas...".
Mi madre fue al colegio hasta los nueve años. Luego se convirtió en una cenicienta que iba al campo y cuidaba de sus hermanos.
Mi madre decía que sí con la cabeza cuando veía la novela en la tele y pensaba lo mismo que la atribulada protagonista contaba sollozando.
Mi madre me compró el primer vestido verde de mi vida en una tienda de San José. Estaba en la vitrina, esperándome y de pronto era mío. Nunca he tenido uno tan bonito, tan especial como aquel. Si me hubieran permitido pedir un deseo, hubiera suplicado que aquel vestido no se me quedara nunca pequeño, que creciera conmigo.
Me regaló un pijama de rayitas el último cumpleaños antes de irse, con la noche, sin más dramas que el enigma de la muerte que nos dejó a todos y que yo he ido comprendiendo poco a poco.
Mi madre sigue siendo mi madre allá donde quiera que esté. Escribo sobre ella para volver a reírme con ella y sus ocurrencias, como entonces, en la cocina de baldosas blancas.
Para recordar siempre que la alegría es un arma letal, indestructible.
Leo porque ella me compró todos los libros que pudo.
No la entendí muchas veces. Ella a mí tampoco. Estamos en paz.
Le debo la palabra y no podré pagarle nunca los intereses generados por ese tesoro.
A las madres no sé si las merecemos pero qué suerte fue tenerlas.”
Patricia Esteban Erlés.
(Memorial victoriano de una madre que murió dando a luz)
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