Transcribo una carta de Violeta:
“A quien corresponda.
Lamento que de un tiempo a esta parte exista la nefasta costumbre de someter los audios de WhatsApp a cambios de velocidad con el fin de ahorrar un tiempo que el respetable decide emplear en otros menesteres comprensibles, pero injustos.
Me apena pensar que mis audios con sus matices, modulaciones, con sus temores. Esos anacolutos que expresan mis dudas, las ausencias de sujetos que son intencionadas porque lo mismo quise obviar a los menos interesantes, sean sometidos a la censura de la rapidez.
Pienso que quien me escucha lo hace a una velocidad en la que mis palabras parecen ser prorrumpidas por una muñeca diábolica sin seso ni tarraque.
Y todo por ahorrar unos minutillos que luego probablemente empleen en memeces.
Mi indignación no tiene freno.
Tiemblo cada vez que mando un audio por temor a que mancillen mi entonación, mis pausas, mis dudas. La velocidad con que imprimo mis palabras que detrás traen enredados mis sentimiento y pensamientos.
Dichosa celeridad que nos come la vida y las pausas.
Que nos ha llenado de miedo en la vida y en las redes.
No me aceleres, amigo. No prostituyas mis palabras al dictado de lo inmediato.
No cercenes los ritmos, amiga del alma.
El mensaje fue diseñado a su ritmo correcto, torpe quizá, pero las palabras las preñó mi voz. Deberías respetar los derechos de dicción. El diseño de su alumbramiento. Las ondas que las acompañan.
No las adulteres.
Así las ideé para ti.
Si las aceleras ya no serán las mías y estarás traicionando mi mensaje.
Nos vemos en la pausa de las palabras.
Sinceramente tuya:
Violeta Stein.”
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