Vigilantes encendemos la corona del adviento, renovadas esperanzas en una Navidad que ya asoma por entre los primeros copos de nieve que empiezan a cuajar en nuestras montañas. Al acecho de un tiempo que nos devolverá al corazón de la infancia.
Comienza el tiempo de anhelos y espera, de preparar los aderezos y limpiar los estantes cubiertos de polvo por falta de uso, de recuperar ilusiones y acompasar nuestras frenéticas idas y venidas a la pueril y deliciosa indolencia de los más tiernos de la casa.
Teca desbrozar los caminos de la indiferencia para preparar el encuentro, volver a los tiempos familiares. Desempolvar los afectos enterrados por inexplicables alejamientos. Luchar contra ese invierno prematuro que envejece los corazones. Es tiempo de reclamar el tintineo de los cascabeles del alma, de avivar fuegos y azuzar el fuego de las ilusiones. De recuperar la Fe en lo imposible, de mirar al cielo con los ojos tiernos y limpios del niño que espera. Momento de acompañar en la espera a la mujer que gesta a la vida en su seno. Adviento es tiempo de convocar la brisa de la esperanza de hacer que el viento se arremoline en el alma barriendo las hojas caídas que provocan el hastío. Es tiempo de recuperar ilusiones y disponerlo todo para cuando el venga. Ese niño humilde, príncipe humilde, rey sin corona al que anhelamos vigilantes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario