Me pasó como una exhalación.
Raudo y veloz como una flecha que está a punto de dar en el blanco
Pero no me importó
En cualquier otro contexto me habría importado
Pero ayer no.
Minutos antes le había visto mirando hacia atrás. Y le juzgué con precipitación afeándole el gesto.Pero me equivoqué.
Miraba hacia una mujer un tanto gruesa de mediana edad que apenas lograba acompasarse al ritmo de su atlético compañero.
Mi recelo hacia el atleta se tornó en simpatía al ver el gesto de solidaridad hacia la mujer que le seguía renqueante.
Continué la carrera reconfortada por el gesto que me reconciliaba un poco con el género humano.
Pero mi placidez se tornó desencanto cuando el corredor solidario avanzó con rapidez perdiéndose entre los participantes que corrían justo delante de mis ojos. Vana ilusión, ya no la esperó más. Al final le pudo la vanidad y el ansia de hacer un buen tiempo de carrera.
Hasta que me percaté de que estaba aprovisionándose de agua, dos botellas. Una vez en sus manos el atleta desanduvo el camino recorrido a golpe de zapatilla y voló veloz al lado de su compañera de carrera para asegurarse de que estuviera hidratada. Su porte y corpulencia me hablaban de un deportista experimentado con muchos kilómetros en su haber. Pero no le importó adecuar su pedigrí deportivo al de aquella mujer que le necesitaba. Su carrera era otra, y su meta en ese momento residía en cuidarla y asegurarse de que ella tuviera todo lo necesario para estar bien pese al duro esfuerzo que el evento deportivo requería.
Edificada proseguí mi pequeña gesta dominical con una sonrisa en los labios que prodigué a cuantos me animaron. Y al subir la cuesta de la catedral, en ese tramo que se me hizo eterno nuevamente apareció mi corpulento amigo
Me pasó como una exhalación.
Raudo y veloz como una flecha que está a punto de dar en el blanco. Pero no me importó
En cualquier otro contexto me habría importadoPero ayer no.
Se había ganado su triunfo.
Me había rebasado un auténtico caballero.
Un caballero del asfalto.
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