Muchos emigrantes experimentan a Dios como compañero de viaje, guía y ancla de salvación. Se encomiendan a Él antes de partir y a Él acuden en situaciones de necesidad. En Él buscan consuelo en los momentos de desesperación. Gracias a Él, hay buenos samaritanos en el camino. A Él, en la oración, confían sus esperanzas. Imaginemos cuántas biblias, evangelios, libros de oraciones y rosarios acompañan a los emigrantes en sus viajes a través de desiertos, ríos y mares, y de las fronteras de todos los continentes.
Nadie debe ser excluido. Su proyecto es esencialmente inclusivo y sitúa en el centro a los habitantes de las periferias existenciales. Entre ellos hay muchos migrantes y refugiados, desplazados y víctimas de la trata. Es con ellos que Dios quiere edificar su Reino, porque sin ellos no sería el Reino que Dios quiere.
También se pronunciaba claro nuestro obispo recientemente en una entrevista que José María Martínez le hacía recientemente en esta casa, ningún proyecto político que excluya al migrante camina conforme al evangelio de Jesús. La inclusión de las personas más vulnerables es una condición necesaria para obtener la plena ciudadanía. De hecho, dice el Señor: «Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver, fui extranjero y me acogisteis.» (2023)
Como reza esa canción de Rafael Amor que cantaba Facundo Cabral o Alberto Cortez.
… No me llames extranjero, traemos el mismo grito
El mismo cansancio viejo que viene arrastrando el hombre
Desde el fondo de los tiempos, cuando no existían fronteras
Antes que vinieran ellos, los que dividen y matan
Los que roban, los que mienten, los que venden nuestros sueños
Los que inventaron un día, esta palabra, extranjero
… Y me llamas extranjero porque me trajo un camino
Porque nací en otro pueblo
Porque conozco otros mares y zarpé un día de otro puerto
Si siempre quedan iguales, en el adiós, los pañuelos
Y las pupilas borrosas de los que dejamos lejos
Los amigos que nos nombran y son iguales los rezos
Y el amor de la que sueña con el día del regreso
Minuto 11
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