Hoy voy a contarles una pequeña historia que seguramente sea cierta.
Sucedió en un pequeño pueblo minero, que frecuento bastante, al resguardo de las montañas.
En un aula de música, durante un recreo, un muchacho hace volar sus manos sobre las agradecidas teclas de un piano modesto. La melodía perfuma la estancia transportando a los que le escuchamos.
Minutos después una conversación con su tutora en la Sala de Profesores , ese lugar donde suele palpitar, a veces, la vida de un centro educativa. Lugar de compartir y desahogar. Elogiábamos las proezas musicales del imberbe músico moreno de fina estampa, flor de la raza calé, como cantara aquel poeta granaíno.
.- Pues sabrás que toca de oído.
.- Realmente es un chaval muy especial. ¿Querrás creer que me ha pedido que pida respeto en clase?
.- ¿No se siente a gusto con los compañeros?¿ La pregunté sorprendida?. En mis clases he percibido que se le respeta y considera. Incluso se podría decir que tiene cierta ascendencia sobre el resto.
Mi compañera, su tutora, esbozó una tenue sonrisa.
.- Dice que no le gusta que no respeten el nombre de Dios. Que blasfemen y todo eso.
.- Yo le he dicho que aprendan también a respetarse entre ellos. Que ambas cosas suelen ir unidas.
.- Y él qué te contestó?. Me interesé intrigada.
.- Nada. Se limitó a sonreírme.
Él alumno al que llamaremos Manuel es hombre de largos silencios. Menos cuando sus manos acarician las teclas del piano.
En cierta ocasión le oí decir que a él le gustaba especialmente tocar en el culto como signo de alabanza, respeto, y reverencia a Dios. De ahí que sus canciones tengan algo de esencia celestial.
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