Especialmente escrito y dedicado a mis primos Hugo y Ana.
En un lugar del viejo Reino de León de cuyo nombre queremos acordarnos hoy, en el corazón del barrio más concurrido de la ciudad, allí, se conocieron ellos.
Era una noche de luna infinita, una de esas noches en los que el duende del amor sale de ronda. Esa noche, el caprichoso azar que hilos traviesos maneja, les había elegido a ellos.
Él, niño dorado, hombre suave y pausado de sonrisa socarrona y mirada pícara, versado en farras y oratorias. Ansioso por encontrar a su Dulcinea, compañera de vida con la que aplacar la soledad de los días. Su vida, aunque bastante plena, seguía buscando la respuesta a una pregunta que tal vez encontrará aquella noche en la que un aire manso perfumaba aquella dehesa del Toro, tal era el nombre del bendito lugar donde fueron a coincidir.
Entre la multitud, Hugo distinguió, entre ronda y ronda, el brillo estrellado de unos ojos avellana, tiernos, que brillaban bajo una hermosa melena rizada. Y la vio luego de nuevo, bailando envuelta en una melodía de canción esperanzada, Ana sonreía cuajando de sonrisas una noche que a Hugo se le figuró perfumada de estrellas. Luego llegaron las palabras cómplices que acurrucaron las diabluras de un Cupido empeñado en enredarlos. ¿Lo conseguiría?
Tanto buscar y tropezar, tanto intuir sin encontrar, viviendo principios sin finales, planes trazados, muchos inacabados, éxitos que no pudieron compartir, tantas historias divergentes hasta entonces, para coincidir en aquel momento en que tú y yo detuvimos el tiempo en un instante. Nosotros, Ana y Hugo, decidimos salir de la trinchera de los días para comenzar una historia de amantes que desafían los dictados del tiempo co; el sueño de inventar una nueva historia juntos.
Y comenzamos a compartir las horas del reloj, y a escuchar juntos canciones de amor, y a comprendernos en la diferencia, y a compartir paraguas bajo los aguaceros de los días, y a encender el sol al unísono cada mañana. Y nos entregamos a dibujar nuevos contornos al cómplice arrullo de muchas noches, bajo la luz de la luna.
Y creamos un mundo para compartir en el que decidimos incluir a todos los que aquí nos encontramos ahora.
Un pequeño reino para entregarnos sin límites.
Hoy estamos aquí para ser testigos de todo eso. Convertirnos en los profetas de un porvenir y un tierra única , que como escribía Cernuda: Mi tierra? Mi tierra eres tu. ¿Mi gente? Mi gente eres tú.
La vida y la luz, mi vida ¿que es, si no eres tú?
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