domingo, 12 de octubre de 2014

EL MILAGRO TENUE


Leyendo esta mañana a Bécquer he sentido una sana envidia de su pluma. ¡quien supiera escribir de esa forma, con la cadencia del cisne que se desliza elegante  por las plácidas aguas de un lago transparente!.
Pero habrá que conformarse con los mimbres que tenemos para construir el cesto que sea menester así que allá va esta historia que tantas ganas tenía de contar. Dejemos volar a la imaginación que para ataduras bastantes nos depara la vida.
Llegaron mientras descansábamos en el banco. Llegaron mientras pugnaba por salir una oración cobarde que sonrojada se escondía en mi garganta. Zumbaban mis oídos hastiados por la conversación vana de mis compañeros de tarde.¡Qué aburridas pueden resultar a veces las tardes cuando los contertulios no aportan nada más que frivolidad cansina!. 
Yo sentada al lado de tu casa y sin embargo nada podía decirte. ¡Qué distintas aquellas horas de los días de infancia y adolescencia en que la conversación era fluida y me resultaba fácil dedicarte palabras de cariño!. Pero ahora mis deseos de confidencia permanecían ahogados por un incomprensible pudor.
Fue en ese momento cuando llegaron ellos cargados de flores, de tierra, de promesas cumplidas. Repletos de esperanza y de ganas de Dios.
Y yo recordé su historia. Nunca he podido olvidarla.¡Cuántas veces mis amigos la han escuchado!. Esta historia, querido lector, no sale de la pluma soñadora de una mente reblandecida por el fanatismo religioso.¡Nunca más lejos!
Es un relato que alguien me contó y que sus protagonistas me corroboraron este verano. Te la regalo para que la disfrutes. Luego a ti mismo tocará analizarla, sopesarla, meditarla, juzgarla, y si lo tienes a bien condenarla y relegarla al baúl de los recuerdos. Tuya es ahora que voy a contártela. (Ten paciencia tanta perífrasis sólo tiene la finalidad de acercarse a Bécquer). Bueno. Bromas aparte. Centrémonos en lo importante. La historia
Regentaban un establecimiento hostelero: ella era joven, sensualmente joven. Él mayor, rudo, malhablado, y terriblemente celoso.Los clientes acudían en tropel obnubilados por los arrebatadores ojos oscuros de la mujer a la par que por sus voluptuosas formas que ella prolijamente ondeaba al otro lado de la barra con ese contoneo tan netamente femenino. Ella coqueteaba a discreción mientras él rabiaba y blasfemaba entre maldición y maldición. Hasta que un día nuestra Eva cansada huyó a tierras cálidas en busca de una paz que su iracundo y malhumorado marido no la proporcionaba. Desconsolado el hombre lloró amargamente su pena y acudió a la ermita de esa Virgen a la que tanto quería y en la que confiaba ciegamente. Y entonces hizo un pacto con ella. Si su mujer regresaba la ermita que albergaba a la Virgen tendría un jardín con una pequeña acera para que los devotos pasearan mientras rezaban a la Madre. Asimismo la promesa le obligaría a cubrir de flores el jardín para festejar cada 15 de agosto, la festividad de la Asunción, su fiesta por excelencia.
Viajó al sur, la buscó, la encontró y recuperó a su mujer.
Regresó y cumplió su promesa íntegramente.
Por eso el otro día, desde mi banco cobarde, atrincherada en el pórtico de la ermita mirando cómo el matrimonio regaba con unción las flores mientras nos confesaban sin sonrojo la fe en la Virgen María me prometí escribir esta historia. Mis compañeros reían socarronamente. Yo quise defenderte con firmeza pero fui débil, al final siempre lo soy.
Es por eso que he querido redimir mi flaqueza contando este pequeño milagro que obraste. Uno de tantos que se producen a menudo y de los que nadie parece darse cuenta...o casi nadie. 

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