Lástima de la limitación que el lenguaje impone ante el aluvión de sentimientos y emociones vividas. Sobre la mesa al regreso me encuentro con las acreditaciones que nos entregaron por ser familia de acogida, y pienso en nuestros "hijos adoptivos" Thibault y Alain, dos jóvenes de la Diócesis francesa de Trois, el primero seminarista, el segundo un joven inquieto y dicharachero en búsqueda. Les llevamos en el corazón desde que nos despedimos tras la Eucaristía de envío en la explanada en la Virgen del Camino. Sobre el pecho llevo la cruz que nos entregaron en la mochila en IFEMA, una auténtica medicina llamada "nadie tiene Amor + grande". Y es que en estos días vividos el Amor ha inundado Madrid y a todos los que acudimos allí. La risa ha sido moneda de cambio en los parques, en las grandes avenidas de Madrid, cuando nos cruzábamos en el metro y jaleábamos con vivas el país de procedencia del joven extranjero que se encontraba a nuestro lado. La oleada de banderas que lejos de separar han sido hilos conductores de vítores e instrumentos de hermanamiento cuando no pretextos para fotos e intercambio de regalos: signo de la auténtica comunión que puede existir entre todos los católicos, entre todos los hombres.
He visto a un Padre humilde, serenamente feliz, deseoso de estar en un segundo plano, oculto tras la grandeza de un Cristo custodiado y venerado en medio de un impactante silencio (dos millones de peregrinos adorando al Señor). Benedicto XVI nos ha dejado un claro mensaje Jesús es el centro, a Él debemos volver los ojos, Él debe ser el centro, el referente, el norte, el Camino.
La jornada en cuatro vientos fue perfecta imagen del devenir humano: travesía sofocante a más de 40 grados por un camino de asfalto antes de llegar a cuatro vientos, dificultades para acercarse al recinto, viento racheado con lluvia abundante....en fin la vida misma. Pero en medio de esto los gestos de esperanza: las mangueras con agua que los vecinos derramaban sobre nosotros para aliviarnos del sofocante calor, las sonrisa de ánimo que los peregrinos nos dirigíamos, la mano amiga que ofrecía agua, los amigos brasileños como Camila que bajo la lluvia nos regalaban un montón de detalles de su Brasilia natal. ¿Quien dijo que la relación de confraternidad, alegría y generosidad de los primeros cristianos es algo idílico?. Pues bien, yo he vivido esta relación. Ahora se que es posible, y también se y estoy plenamente convencida de que Cristo está vivo, de que Benedicto XVI es Pedro, piedra sobre la que el Señor quiso edificar su Iglesia y de que las puertas del infierno nunca prevalecerán sobre ella. ¡Gracias Señor por este regalo!
La iglesia sigue viva, por mucho que quieran hacernos creer que esta muerta, solo hay que abrir los ojos y el corazón para darse cuenta de ello. Un abrazo.
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