lunes, 8 de abril de 2019

DIVINAS PALABRAS


Colaboración lunes 8 de abril de 2019.
La Nueva Crónica. 

Eran tiempos de verano en que los ritmos se ralentizan y se hacen propicios para charlas y confidencias. Nos sentábamos en aquel muro pétreo que nos protegía de las vías del tren, quizá buscando algo del calorcín restante que la piedra conservaba tras un intenso día de baño de sol estival. O tal vez porque nos gustaba situarnos cerca de el cauce por donde discurría el  tren hullero que marcaba los horarios de los habitantes de la estación de  Matallana de Torío. Ese tren al que tanto queremos y por el que tanto sufrimos por el desprecio con que nos lo tratan. 
Eran nuestros filandones de recreo nocturno. La pandilla de verano nos citábamos en el muro cada noche para desgranarnos historias, a menudo  plagadas de sucesos macabros, animadas por la presencia inquietante de las montañas y la mirada cómplice de una luna inspiradora.
He recordado estas vivencias al hilo de la lectura del último libro del célebre psiquiatra sevillano Somos lo que hablamos. En él,  este conocido médico español jefe de los Servicios de Salud Mental, Alcoholismo y Drogas del municipio de Nueva York hace una interesante apología sobre el papel que desempeña el lenguaje hablado. Hablar, dice Rojas Marcos, es la actividad humana para proteger la autoestima, gestionar nuestro programa vital, disfrutar de la convivencia y las relaciones afectivas y facilitar nuestro bienestar físico, mental y social. Asegura que la comunicación oral está íntimamente relacionada con la buena salud. El psiquiatra pretende compartir el conocimiento científico que ha acumulado durante más de treinta años de profesión en la Gran Manzana en la que también dirigió el sistema de sanidad y los hospitales públicos. El lenguaje hablado – asegura- contribuye poderosamente a la promoción de la salud y la longevidad vigorosa. 
Decía el célebre científico Stephen Hawking que los más grandes logros del ser humano vienen por hablar. Y los más grandes fracasos por no hablar. Bien valoraba el genio  esta capacidad fundamental del ser humano. Hawking  perdió el habla por completo en el año 1985, tras sufrir una neumonía,  pero en 1997  empezó a usar la máquina que le permitió comunicarse hasta el final de su vida. La diseñó él y la construyó Intel Corporation. El científico utilizaba sus mejillas, que eran la única parte del cuerpo que podía mover, para que la máquina descifrara lo que intentaba decir. En la última etapa de su vida tan solo podía mover un músculo debajo del ojo y con ese movimiento tenían que construir palabras. Lo que nunca consiguieron los de Intel fue cambiarle el tono. “La voz que utilizo es la de un antiguo sintetizador hecho en 1986. Aún lo mantengo debido a que todavía no escucho alguna voz que me guste más y porque a estas alturas ya me identifico con ella”, explicaba Hawking. Le gustaba como sonaba.
A nosotros también nos gustaba cómo resonaban en medio de la noche nuestras  cómplices risas adolescentes que, junto a los lejanos ladridos de perros insomnes,  rompían la tranquilidad de los grillos. 
Aquellas divinas palabras confidentes que nos acompañarán siempre. 



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