viernes, 26 de enero de 2018

DE PIEDRA UNA PLEGARIA


A ver cómo lo iba a contar en casa. No era una simple travesura de cría...esta vez era más grave, mucho más...

Cerró los ojos dejándose llevar por la atmósfera serena que rezumaban aquellas paredes revestidas de luz. Era el refugio celestial al que acudía presurosa Esperanza cada vez que algo importante irrumpía en su vida.

Se transportaba al siglo XIII y se imaginaba transitando entre el humo exhalado por las velas encendidas y el incienso. A su lado un trasiego de peregrinos penitentes a Santiago, canónigos y fíeles varios en comitiva votiva o dispuestos al rezo esquivaban  andamios de madera desde los que un grupo de canteros y maestros vidrieros ultimaban sus labores artesanales.
De vez en cuando se apartaba sobresaltada ante la presteza de movimientos de un séquito de soldados e hidalgos  que herían el sonido ambiental con el claqueteo de sus espadas buscando acomodo para escuchar misa en  lugares parejos a su hidalguía. Por doquier estallidos de vida a golpe de luz y Fe.

 Esperanza abrió los ojos regresando al presente buscando contemplar de nuevo sus rincones favoritos.
Y recordó las palabras de aquel sacerdote que recientemente les mostró la Catedral. Entrar en nuestra catedral de León es como entrar en la Ciudad del Cielo.
Y tras recorrer los detalles del rosetón central de la parte norte la buscó de nuevo a Ella. Allí estaba, presidiendo la capilla central del ábside y ejerciendo de anfitriona la Virgen Blanca.
Y  Esperanza pensó en que la Virgen también había sido Madre de manera inesperada. Así que seguramente no sería tan malo.
Rezó con todas sus fuerzas rogándole el coraje suficiente para mentenerse firme en su decisión. Cuando terminó el Ave María la joven  miró fijamente la imagen. Admiró aquella belleza serena  y le pareció que la Madre esbozaba una tierna y apenas imperceptible sonrisa.

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