miércoles, 11 de noviembre de 2015

PENÉLOPE




Desde la playa entrecerró los ojos buscando su imagen mientras con los dedos índice y corazón de su mano izquierda ordenaba sus largos rizos castaños ondeando al viento.
Y le  sorprendió un suspiro que aspiraba a ser lamento. Pensaba que de tanto ser ninguneado aquel lamento había sido durante demasiado tiempo un  proyecto enredado en su boca, estancado mientras escocía en el alma encendiendo quimeras que soñaban con ser odiseas y no pasaron de ser intentos. 
Demasiados brindis al sol que solo dejaron cicatrices con sabor engañoso a eternidad. Pero la eternidad sólo es posible obtenerla arriba, donde la sed se calma. 
Ahora sus ojos buscaban en la niebla mar adentro queriendo adivinarle entre brumas que la brisa marina no había conseguido llevarse.
Sabía que ningún mar en calma hizo experto a un marinero así que desafiando a la tempestad decidió luchar  frente a los peligros de la zozobra orando para que el barco llegara a buen puerto.
Oraba para que el viento soplara siempre a favor.Había decidido no dejar  de esperar en la playa oteando a lo lejos las estelas de los barcos.
Pero la pequeña niña de ojos verdes, aquella que siempre le acompañaba en sus paseos a la playa regresó de sus juegos, tomó su pequeña manecita infantil invitándole a volver a la parte alta de la playa, lejos de las mareas, apartadas ambas de los caprichos de las olas que tan pronto vienen se van. 
Y se alejaron lentamente buscando la tierra firme entre risas y tonadas olvidando en la playa quimeras, lamentos, ruegos y desvaríos.
Formaba parte de la terapia del olvido. Del proceso de recomposición. Del plan para mitigar la espera.
Ningún mar en calma hizo experto a un marinero...ni a su sirena

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