miércoles, 25 de noviembre de 2015

EN UN JUZGADO DE LO PENAL






   Hoy recordé aquella escena que viví siendo estudiante de Derecho en un Juzgado de León. Era un Juzgado de lo Penal. Presidía la Sala una Jueza, tanto el Ministerio Fiscal como la Acusación particular, secretaria y abogada defensora eran mujeres. La agente judicial que se ocupaba de la logística en la Sala era también fémina y féminas eramos también la mayor parte del alumnado que asistíamos como espectadoras a la causa. No recuerdo la petición de la acusación ni de la Fiscalía. Pero sí recuerdo los personajes que componían la escena.

   La mujer con las manos asidas a la altura de su barriga, pelo corto, aspecto un tanto descuidado, cabizbaja, avergonzada ante una situación para la que no estaba preparada: tener que desgranar las miserias ante un grupo de desconocidos tiene que ser ciertamente duro.

    Al otro lado de la sala, estaba él con gesto ceñudo, arrogante y airado. Las manos fuertemente entrelazadas a la altura de la espalda en clara actitud de superioridad altiva y colérica: su pareja. Recuerdo la cara de aquel hombre enrojecida por la ira perenne que probablemente hacía tiempo no borraba de su rostro. Un  rostro que exhibía triunfante como recién salido de una batalla ganada a priori a base de fuerza bruta.

     Se juzgaba al varón por un delito de lesiones. Fue hace unos cuantos años cuando ni tan siquiera se había aún acuñado el término de violencia de género.

      No lograba entender el gesto triunfante del acusado.

      Tras una pausa la jueza con voz firme no exenta de cierto tono de indignación concluyó:

     "D. Miguel Núñez, su mujer ha retirado la denuncia. Pero le aseguro que la próxima vez que le vea por aquí acabará en la cárcel"

      Extraño proceder en una jueza que podría atentar en principio contra la presunción de inocencia. Pero era comprensible. La relidad saltaba a la vista. El maltratador se consideraba "traicionado" por la que como siempre debía callar.

       Me pregunto qué habrá sido de esa mujer. Si seguirá cabizbaja sobresaltándose cada vez que oye abrir la puerta de su casa a deshora, maquillando los golpes o tragándose las lágrimas para que sus hijos no sean testigos de su pena.

     No he podido olvidar la tensión que se mascaba en la Sala.

     Y hoy, Ángeles, cuando leíste los nombres de la mujeres muertas mientras los chicos caían al suelo formando el círculo no pude evitar estremecerme de nuevo recordando todo aquello.

     A mi espalda escuché la risa nerviosa quizá de una de esas adolescentes de las que hablaste.


    Vi al alumnado muy serio y recogido. Nos llegaste a todos compañera. Y ellos y ellas te escucharon

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