viernes, 15 de mayo de 2020

ANTONIO: LUZ AZUL.


      No se enciende una luz para meterla en un armario, sino para que, elevada, alumbre a  todos los de casa. 
    
    No he podido evitar detenerme en esta  cita evangélica  recogida entre las páginas de uno de los muchos libros que escribiste.Este que tengo entre manos se titula “Nueva evangelización”. Lo adquirí después de asistir a un taller de una de las ediciones de  la Semana de Pastoral en los que tuve la dicha de coincidir contigo. Los de casa. Justamente ahora nos encontramos en la que fue la tuya durante algún tiempo.

     Me encantaba  encontrarte por los pasillos, era como sentirme protegida por aquella palabra con la que mi alma se sintió reconfortada durante las clases de religión de EGB en el colegio Sagrado Corazón de las Carmelitas Vedruna.

    No me salía, pese a la horabilidad de los cargos que se multiplicaban sobre tú persona, llamarte D Antonio. Porque siempre te veía como nuestro Antonio, mi profe. Y ante tu presencia evocaba el deslizarse de la tiza sobre la pizarra trazando el mapa de Palestina o escribiendo en mayúscula la palabra Reino.
     Al unísono resonaba en mis oídos la palabra firme, con autoridad desgranando la vida de Cristo. La duda de Santo Tomas, el camino de Emaús, la elección de los doce. Nos presentabas un Cristo dignificado y repleto. Sereno, majestuoso a la par que justo y compasivo.

    Cuando me enteré de tu marcha precisamente este pasado, triste y confinado Viernes Santo tuvo que lanzarlo a los cuatro vientos. Se había ido alguien muy cercano. Mis compañeras de estudio recordaron las animadas Eucaristías del colegio, las convivencias de la Casa de Ejercicios de los Dominicos en la Virgen del Camino. Todo fueron recuerdos gratos. Te queríamos Antonio. Quizá porque nos hiciste paladear la belleza de un Dios amor cercano. Ese mismo en cuyo regazo estarás recogido ahora que el mundo permanece en medio de la,incertidumbre. Te imagino mirándonos rodeado de esa luz que de alguna manera nos hiciste intuir , mirándonos desde un cielo claro, de un azul como el de aquellos grandes ojos a través de los que pudimos ver el rostro de Cristo.

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