sábado, 16 de febrero de 2019

LA HORA DE CLARICE LISPECTOR



De verdad que lucho porque lo que me recomiendan me guste.
Pregunto a personas que leen a menudo, oteo en publicaciones especializadas, me dejo llevar por lo que los eruditos literatos pregonan a los cuatro vientos, procuro quedarme con los nombres de los escritores que figuran en las listas de éxito.
Pero muchas veces encuentro sólo literatura de bus, como dice una profe de Lengua y Literatura de laa UNED llamada Carmen Suárez Miramón,  una sabia. Llama de esta manera  - novelas  bus - a esos libros que uno ojea, abre, pasea por entre sus páginas y se baja en la primera parada. No captan, no emocionan, no entretienen. Aburrimiento lánguido y mortal. Dinero tirado.
Pero entonces apareció ella, con ese aire sofisticado de mujer fatal. De ascendencia judía, y un pasado de cine. Nace en Ucrania,  vive en Pernambuco y también  en Brasil donde se convierte en una de las mejores escritoras del siglo XX. Columnista del New York Times.
Una vez se quemó en su cama con un cigarrillo que no apagó a tiempo y quedó sumida en una profunda depresión viendo su cuerpo cubierto de quemaduras. Tenía una belleza arrebatadora, como de estrella de cine envuelta en cierta bruma de triste misterio.
Me quedé prendada de su nombre durante un curso que impartieron en Universidad de León. Un curso de estío con nombre cuento. Clarice Lispector. Me sonó a intriga y misterio. A enigma y pasión contenida. Y el nombre permaneció enredado entre las sinapsis de mi cerebro. Bailando una danza inolvidable entre posibles preferencias literarias. 
Acababa de comprarme  una novela histórica y preferí diferir su lectura antes de quedarme de por vida albergada en las ramas genealógicas de alguna estirpe real. Demasiados datos e intrigas palaciegas. 
Quiero sentimientos, no erudición.
Y Clarice me rescató con su mundo de sensaciones y sonoridades intuidas. 
Y me transportó con su música de letras. ,, 
Cada página contiene brumas  de artesanía sintáctica, nubes de soles que juegan a ser sombras,  paisajes inverosímiles que te atrapan en su perplejidad. Clarice habla de la muerte como su personaje predilecto en una novela profundamente vital.
Escenas de muerte que revientan de vida. 
La hora de la Estrella, una novela que la escritora  elabora desde su lecho de muerte cuando est
aa desahuciada por un cáncer de ovario.
Fue la  última de sus creaciones.
Sus últimas letras que han sido un reverdecer para mi sed literaria.
“”Dios mío, ahora mismo he recordado que la gente muere. Pero...¡¿yo también?!.
No olvidar que , pese a todo, estamos en el tiempo de las fresas.
Si”. Así termina la novela.
Casi del mismo modo que comienza. Y lo hace del siguiente modo “Todo en el mundo comenzó  con un si.”
Curiosa manera de empezar un libro desde la cama de un hospital.






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