lunes, 11 de junio de 2018

LA BALLENA



La ballena varada rezumaba sangre por todos lados. Como un gran mazacote de heridas languidecía acosada. Era un mar de llagas. Cúmulo de penas. Atrás quedaron sus demostraciones vanidosas de fuerza y poderío. Ahora estaba vencida por el cansancio, por la pena, por el daño. Cada noticia era un aguijón de dolor y tristeza que la atenazaba. Se quedó quieta en un rincón esperando a que la pena se pasara. Pero el dolor no cesa. En su caso se había cronificado. Cerraba los ojos para no ver nada ni a nadie. Porque nada ni nadie podían calmar su llanto. Varias bandadas de atunes pasaban en derredor mirando curiosos sin reparar en su duelo. La mole respiraba cansada queriendo redimir su llanto, sacar toda la amargura que la ahogaba consumiendo cualquier retazo de sueño. Las ballenas no sueñan. Solo gimen, y bufan. Ni siquiera pueden nadar a veces ahogadas por el peso penoso. Pacíficas, se esperan en un rincón, sin atacar, cautas, tristes, dolientes. La ballena lloraba, pero a nadie parecía importarle. Al fin y al cabo sólo era una ballena más que gimoteaba por falta de escrúpulos y ausencia de celo.

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