Inspirada en esta obra de Ai Wei Wei hecha de cascos alemanes de la II Guerra Mundial y expuesta en el MUSAC de León.
Mírales, desarraigados,
expuestos a la intemperie
desolada del viento
violento que los empujó
por mares tibios.
A través de los vientos de guerra
de las nubes de gas
de un mina latente
que silba en Siria.
Tienen el color
parduzco del mestizaje
impuesto.
Reciben la palmada
de la ignominia y el rechazo,
de los proscritos que danzan y maldicen
y de los poderosos que insultan
con la mirada altiva del que se encuentra
encima, encima de su desdicha.
Apilados uno junto al otro
mimetizados frente a las hileras
de soldados sicarios.
Esos cascos verdes como
trigo obsceno que mancilla el suelo.
Como cucarachas que no se extinguen.
Yo quiero ser ese.
El casco boca arriba,
Casco cuenco
que es pozo
de resistencia frente al resto.
Que recoge el agua de las lágrimas
que otros vierten:
Las de los niños abortados,
las de las niñas ultrajadas,
las de la familia pisoteada,
las de los jóvenes torturados,
las de los refugiados ninguneados,
las de Yamen y Mohamad,
las de Yelizabeta y Denissa.
Y las mías por esa sensación
de inutilidad.
Ya no lloran
porque la vida empuja.
Como empujo estos pobres versos
que son hojas que revolotean
a ras del suelo.
Como el polvo de los caminos
que vosotros traéis revoloteando,
como enjambres mudos
que sobrevuelan esos vientos de guerra.
Dejad ese casco en el suelo.
Por favor, que nadie derrame el agua de lágrima
muda que se coló en su interior herido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario