viernes, 6 de diciembre de 2024

DEJAD ESE CASCO CUENCO.

 Inspirada en esta obra de Ai Wei Wei hecha de cascos alemanes de la II Guerra Mundial y expuesta en el MUSAC de León. 


Mírales, desarraigados,

expuestos a la intemperie 

desolada del viento 

violento que los empujó 

por mares tibios.

A través de los vientos de guerra

de las nubes de gas

de un mina latente

que silba en Siria.

Tienen el color 

parduzco del mestizaje 

impuesto.

Reciben la palmada 

de la ignominia y el rechazo,

de los proscritos que danzan y maldicen

y de los poderosos que insultan 

con la mirada altiva del que se encuentra 

encima, encima de su desdicha.

Apilados uno junto al otro

mimetizados  frente a las hileras 

de soldados sicarios.

Esos cascos verdes como 

trigo obsceno que mancilla el suelo.

Como cucarachas que no se extinguen.

Yo quiero ser ese. 

El casco boca arriba, 

Casco  cuenco

que es pozo 

de resistencia frente al resto.

Que recoge el agua de las lágrimas 

que otros vierten:

Las de los niños abortados,

las de las niñas ultrajadas, 

las de la familia pisoteada, 

las de los jóvenes torturados, 

las de los refugiados ninguneados, 

las de Yamen y Mohamad,

las de Yelizabeta y Denissa.

Y las mías por esa sensación 

de inutilidad.

Ya no lloran 

porque la vida empuja.

Como empujo  estos  pobres versos

que son hojas que revolotean 

a ras del suelo.

Como el polvo de los caminos 

que vosotros traéis revoloteando, 

como enjambres mudos 

que sobrevuelan esos vientos de guerra.

Dejad ese casco en el suelo.

Por favor, que nadie derrame el agua de lágrima 

muda que se coló en su interior herido.



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