lunes, 12 de agosto de 2019

VILLALFEIDE, EL MILAGRÍN MONTAÑERO

Los voluntarios del pueblo de Villalfeide.
Pablo Díez Aparicio, mi alumno, con la camiseta naranja.


Aquí querría yo ver al que acuñó el término de la España vaciada.
Y a los que preconizan el triunfo del individualismo asegurando que cada uno va a lo suyo y que se ha perdido ese espíritu de colmena que impide llevar a cabo trabajos comunales.
Aquí querría yo ver a los que aseguran que la juventud está perdida y que sólo “andan al botellón”.
Invitaría a todos los que aseguran la imposibilidad de movilizar a una colectividad buscando el beneficio mutuo.
Les diría que vengan a Villalfeide.
Y conozcan a Javi, ese empeñado director técnico de una carrera que cada año moviliza a cientos de personas entre organizadores, corredores, familiares acompañantes , y personas varias encargadas de la asistencia sanitaria y del orden. Un evento que supone un motor económico para la zona. Uno de los empeños de la organización – nos aseguraba Javi- es que los beneficios económicos repercutan en el pueblo y alrededores. De ahí que año tras año los patrocinadores apuesten por este sueño compartido.
Y se maravillen ante todo un pueblo implicado en la organización de un evento deportivo que va más allá de una simple carrera de montaña. Es una gesta que ya va este año por su novena edición.
Este vez quería disfrutarla. El pasado me atenazó un poco la congoja. Pero el miedo ayer  se tornó en disfrute, un tanto sufrido pero gozo en definitiva. Pese a esa cuestina puñetera que traidoramente nos esperaba al final de la carrera antes de enfilar la bajada al pueblo.


Pero si algo tengo que destacar es la espléndida labor de los voluntarios. Desde ese equipo simpático que nos repartió suerte, dorsales y camisetas hasta todo ese elenco de personas que nos esperaba en distintos tramos del recorrido. Tere, que amablemente se ofreció a custodiarme la mochila. Miguel que se desgañitaba desde la Peña de arriba y al que se oía casi desde el pueblo. Pulmones admirables sin duda. Menudo subidón de adrenalina oírle en medio de esa dura ascensión.
O Santi, acompañantedelspeaker, que haciendo honor a su nombre peregrino nos salió al camino para animarnos en nuestro duro peregrinaje montisco. Y Cecilia y Amanda, dos encantadoras jovencitas universitarias de larga melena y encantadora sonrisa que nos esperaban para ofrecernos el agua que como el de la de la samaritana sabía casi casi a vida eterna. 
Y el niño Adrián que con su intercomunicador informaba concienzudamente de que la corredora con el dorsal 239, una de las últimas, acababa de pasar por su puesto de control.
O Pedro, que como roca firme, ya casi al final del recorrido nos consolaba asegurando que el final de la carrera estaba cerca.
Ya casi paladeando   la meta un delicioso grupo de niños multicolor esperaban con las manitas extendidas para recibir las palmadas de los exhaustos corredores que no podíamos reprimir esbozar una sonrisa cansada ante tan tierno espectáculo. Ellos serán los que tomen el testigo de una labor bien hecha.
Toda una sinfonía de gentes de procedencias y edades varias empeñadas en que todo saliera bien. Sonrisas cuyo nombre quisiera recordar.
Y el tramo final acompañada de mi alumno Pablo Díez, clasificado en tercera posición en la categoría de cadete, una futura promesa sin duda. Grande en todos los sentidos. Gracias Pablo, me diste la fuerza que necesitaba. 
Por cierto, volví a acordarme de mi Ángel de la guarda, el corredor escoba que tanto ánimo me infundió en mi bautismo montañero. Se que seguía custodiando al último deportista que llegó a la meta como buen ángel. Un cariñoso recuerdo para él.
Terminar la jornada bajo una carpa disfrutando de una exquisita comida preparada por las gentes del pueblo y encontrarse con Mario, el jilguerín de Casares,  que ya había subido a las 7 de la mañana al pico para hacerles fotos a los corredores  fue como la traca final o el broche de oro para una jornada deportiva y festiva 
Villalfeide, cómo llenar de vida y entusiasmo un paraje hermoso hermanando gente y montaña.
Una propuesta para el año que viene: colocar un podium para todos esos voluntarios con cientos de medallas por apostar por lo vuestro que es también lo nuestro.
Viva al pueblo montañés.



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