martes, 6 de agosto de 2019

MI QUERIDO ATRIL



Y una se cree que sabe más que la justicia.
Se infla cual pecho paloma creyéndose la diosa suprema del Olimpo. Recreándose en la propia vanidad como si atesorara  todas las virtudes, las mismas que el hada madrina de la Bella durmiente le regaló a su ahijada  a los pies de la cuna antes de que la bruja piruja les aguara la fiesta con sus malos augurios.
Rezuma grandeza la artista.
Ondea melena.
¡Uea súper! Ahí vamos.
Pero él está ahí. Desafiante. Envarado. Firme cuál poste de telégrafos. Para recordarle que no es ni tan diosa ni tan suprema. Una vez más se resistirá a dejarse hacer. Huirá de sus manos suaves resistiéndose a sus encantos. Le hará enfrentarse a su propia ignorancia, a su falta de pericia haciéndola caer en la cuenta de su limitación. Y ella se dará de bruces con la impotencia de no saber algo tan elemental.
Él frío, metálico, distante. Distraído y escurridizo.
Ella insistente, obcecada, a ratos desesperada.
Recordará aquel día en que otro hombre De Dios  vino en el  auxilio de aquella pobre música en apuros  obrando el milagro de que su metálico amigo desplegara sus alas para recoger la partitura que esperaba aburrida de tanto desatino.
Ese atril imposible que se resiste en cada ensayo y que viene a recordarle que aunque sea la directora del coro…¡es incapaz de desplegarlo y manejarlo!
Al final agradezco a mi metálico amigo su empecinamiento para dejarse hacer porque gracias a él recuerdo lo limitada que soy por mucho que me empeñe en llevar la batuta.
Menos mal que siempre me rodeo de gente que me quiere y disculpa  y que además  es infinitamente mas sabia que yo.

Dedicado a mi coro La Estación con cariño por su
paciencia. Y a mi atril, por supuesto, que tan buenos momentos nos está proporcionando por
mi necedad en su manejo.

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