viernes, 18 de enero de 2019

¿ A QUIÉN PUEDE SALVAR UN NIÑO?



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Visualizaba el vídeo promocional que Obras Misionales Pontificias ha editado en su página web con motivo de la Jornada de la Infancia Misionera que se celebra el día 27 de enero y que este año tiene como lema: Con Jesús a Belén ¡qué buena noticia!.

Recomiendo este  delicioso audiovisual en que dos juguetones pastorcicos andan un tanto despistados triscando por las praderas hasta que reciben la noticia de un ángel que les anuncia el nacimiento del Salvador que es Cristo, el Señor.

 Daniel, uno de los zagales, siente curiosidad por ir a ver al divino niño, pero su compañero Tomás, ocupado por recuperar una oveja extraviada, se resiste a ponerse en camino. Curiosamente persiguiendo al animalito  perdido ambos acaban encontrándose en el establo donde José y María acaban de ampliar su familia. Daniel queda maravillado ante la visita de los Reyes Magos de Oriente, pero el pequeño Tomás haciendo honor a su nombre, se muestra incrédulo.
-       Mira Tomás, realmente es El Salvador.
-       Venga Daniel no seas tonto ¿A quién puede salvar un niño?
Interesante pregunta que todos podemos hacernos cavilando sobre las numerosas situaciones que han sido salvadas por la presencia de un niño: Navidades insulsas que se tornaron mágicas, existencias grises de ancianos olvidados que fueran revitalizadas por la ingenuidad de un nieto que les necesitaba, adiciones superadas por el acicate de un hijo por el que luchar, viejas canciones y poesías de la niñez que sepultadas en nuestra memoria resucitan para resonar en los oídos del nuevo miembro de la familia…¿y esa ilusión de la noche de Reyes que recuperamos gracias a nuestros pequeños hijos?.
Ellos nos devuelven la frescura, son el rumor del río, el tintineo de la campanilla que despierta nuestra infancia dormida, esa voz que recupera la magia latente en los pequeños milagros que encierra nuestro mundo. Pueblan, con sus arco-Iris, nuestros horizontes demasiado adultos prestándonos un poco de esa inocencia del que está estrenando la vida.
Por eso aquel niño de Belén, cuando se hizo grande, nos recordó, como siempre, lo esencial. Hace falta hacerse niño para acceder al Reino de los Cielos.

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