viernes, 5 de noviembre de 2021

NOVIEMBRE

 

La temida muerte, aquella que San Francisco llamada hermana, tiene la virtud de  congregar  la vida a su alrededor. Los nietos de los finados repueblan, por unos días, las calles de los pueblos donde quedaron los nuestros con sus gritos y algarabías. Y en la tasca del pueblo , vuelve a escucharse el choque de los vidrios que no se oía desde que marcharon, allá por agosto. Algunos aprovechan y se quedan a pasar la noche para disfrutar del magosto. Retornan los paseos vespertinos  y las sombras más tempraneras  proyectadas sobre la carretera que se pasean espectrales en danzas caprichosas alentadas por la trémula luz otoñal de las desvaídas farolas.

Danzas como las de los recuerdos que  ante las tumbas comienzan a convocarse. Los vivos recuerdan a los muertos, acarician cada uno de esos instantes resucitados envueltos en pasado. Quizá tenía razón Fraçois  Mauriac cuando decía aquello de que “ la muerte no os roba a los seres amados. Al contrario, nos los guarda y nos los inmortaliza en el recuerdo. Quizá sea la vida más ladrona. Ella sí que nos lo roba muchas veces y más definitivamente.”

Un año más  más, cíclico como los lánguidos vuelos de las hojas otoñales, noviembre se aposenta en las postrimerías del calendario. Llega el momento de repetir  con   Bécquer clamaba: ¡Dios mío, qué solos se quedan los muertos!, menos mal que tú velas sin descanso por  ellos.

 

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