Un poquito de Pentecostés tuvimos en nuestra aula de cuartos de la ESO el miércoles pasado.
Clara exponía su trabajo sobre lo que le enlaza con Dios. Recordaba su pasado en isla Margarita. Venezuela. Emigrante, como muchos de sus compañeros de clase. Nostálgica de amigos, vecinos, costumbres perdidas, y de su Virgen Del Valle, patrona de la isla. Nos mostró dos estampas de su querida Virgen, una de ellas regalada por su párroco el día su comunión. Y nos habló del sacerdote que cada domingo decía misa en su parroquia, un hombre bueno siempre amable y con la sonrisa.
A Clara le brillaban los ojos recordando las canciones de su tierra. “Profe, la Virgen Del Valle es muy especial para nosotros, hemos sentido su presencia en nuestras vidas, y su obrar milagroso, es tan poderosa su intercesión que yo aún no me atrevo a pedirla nada. Ante su grandeza y bondad me siento pequeñita y no creo que ni siquiera merezco su cariño”.
La clase en completo silencio, la escuchaba atenta pero en ese momento, créanme, pareció sentirse el suave batir de las alas de una paloma.
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