martes, 12 de noviembre de 2019

LA GRAN PREGUNTA

La gran pregunta.
Para Iglesia en León.
Por Marta Redondo. Para IEL. Segunda quincena de noviembre.




La muerte es la gran pregunta de la vida. Así  comienza  un libro escrito por José-Román Flecha Andrés que lleva por título Un amor más fuerte que la muerte. Dimensión Cristiana del duelo. En él realiza sabias reflexiones que ahondan en la necesidad de acometer el tema de la muerte de frente en una sociedad donde todo lo que huela a tristeza y duelo parece relegarse al ostracismo. Nos piden que escondamos nuestras penas de la misma manera que enterramos a nuestros difuntos. Y luego nos lamentamos de que existe poca tolerancia a la frustración . Es difícil reaccionar ante la muerte, la más terrible de las adversidades, cuando las  hemos ido esquivando todas de modo compulsivo.
El duelo es necesario. Nuestras lágrimas riegan nuestro propio crecimiento. Redimen nuestra pena. La liberan.
 De entre las distintas acepciones de duelo,  Flecha  destaca algunas de clara connotación epifánica como esta: “Demostraciones que se hacen para manifestar el sentimiento que se tiene por la muerte de alguien”. Y es que de lo que abunda el corazón habla la boca.  Por eso es necesario extraer el dolor, y hasta en ocasiones exhibirlo  a golpe de lagrima y palabra, para curarlo. En este sentido el filósofo Fernando Savater acaba de publicar un libro titulado La peor parte. Memorias de amor donde, a modo de catarsis, exhibe, de manera bella y serena, la pena por la partida definitiva de su mujer, Sara Torres, a quien llamaba cariñosamente Pelo Cohete. Savater reflexiona: “Hay que hacer duelo para civilizar la pérdida, para que no se convierta en tristeza incurable, en desesperación”. Asimismo recupera una hermosa frase del poeta francés Jacques Prévert sobre el binomio alegría- tristeza: “Reconocí a la alegría por el ruido que hizo al marcharse”.  
La desolación, en ocasiones, aúlla en nuestro interior. Hay que dejarla salir. No así a  la desesperanza.  Ella no puede  ganarnos la partida cuando existe la fe. Por  eso la tristeza del cristiano es serena, paciente, acrisolada por la luz de la fe en el Dios de la vida. Él es la respuesta. 

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