¿Es que se puede abordar seria y responsablemente el futuro del hombre –¡un futuro digno!– si se prescinde de la verdad del matrimonio y de la familia? ¿Es posible ignorarla y pasar de ella, si se quiere construir una sociedad libre, justa y solidaria en la que el hombre pueda encontrar las condiciones necesarias para su desarrollo personal de acuerdo con su naturaleza trascendente de imagen e hijo de Dios? Sencillamente: ¡no! Siempre que se cuestiona y/o se niega la verdad del matrimonio y de la familia –¡la plenitud de sus significados personales y sociales!– en la teoría y en la práctica, las consecuencias negativas no se hacen esperar. Se ciegan las fuentes de la vida con la práctica permisiva del aborto. Se banaliza con la eutanasia hasta extremos -hasta hace poco tiempo impensables-, la responsabilidad de vivir y de respetar la vida del prójimo. ¡El derecho irrevocable a la vida queda profundamente herido! Los niños y los jóvenes crecen y se educan en un ambiente de rupturas y distancias paternas, desconfiados y desconcertados, sin conocer una limpia y auténtica experiencia del amor gratuito: de ser queridos por sí mismos y de poder corresponder, igualmente, amando sin cálculos egoístas a los que les dieron la vida –sus padres– y a aquellos con los que la comparten con una insuperable e íntima cercanía –sus hermanos–. Las relaciones sociales se hacen frías y distantes: ¡nos endurecemos consciente o inconscientemente ante el dolor y las necesidad físicas y espirituales de nuestros vecinos y conciudadanos!… La sociedad se envejece y la crisis demográfica –¡imparable!– amenaza y pone en peligro el futuro de nuestros marcos de vida y bienestar económico y social. Esto es lo que está ocurriendo con mayor o menor amplitud e intensidad en las sociedades europeas. Se trata de manifestaciones de una crisis mucho más honda en sus causas, que las que se detectan en los campos de la técnica y de la acción económica, social y política. Son causas, como nos advertía Benedicto XVI en su Encíclica del pasado verano “Caritas in Veritate”, que tienen que ver con la recta formación de la conciencia, con el reconocimiento de la ley natural y de su último fundamento en Dios: ¡con el alma y con la acogida de la gracia y del don del Espíritu! Causas que tienen que ver, en una palabra, con la familia: con su fortaleza interna y con las posibilidades económicas, sociales, jurídicas y culturales de poder ser afirmada y realizada en la integridad de su verdadero ser, ¡libremente!, tanto en la sociedad como en la comunidad política. A lo largo de los siglos de la historia de la humanidad, antes y después de Jesucristo, se han dado períodos de verdadera ceguera histórica: de los pueblos y de sus mayorías culturalmente más influyentes. Con frecuencia, poco menos que cíclica, han cerrado los ojos a lo que estaba aconteciendo en los niveles más profundos de la propia realidad: a sus causas primeras. Los resultados son conocidos: ¡las crisis se convirtieron para muchos en dramas familiares y personales! ¡Devinieron pronto en verdaderas y graves crisis sociales de dificilísima solución!
5. Nos encontramos, pues, queridas familias cristianas de España y de Europa, ante un reto histórico formidable: ser los signos e instrumentos imprescindibles de la esperanza para Europa en una de sus horas más complejas y dramáticas. ¡No hay que tener miedo al afrontar la responsabilidad histórica de vivir el matrimonio y la familia cristianamente con la fortaleza de la fe y con la confianza puesta en la gracia y el amor de Jesucristo! En la Sagrada Familia de Nazareth encontráis el ejemplo y la cercanía espiritual que no os fallará nunca. José no se arredró ante la persecución de que iba a ser objeto el Niño Jesús y, con la Virgen María, su esposa, huyendo a Egipto, lo guardó y lo protegió para el bien y la salvación nuestra. En la oración y en la comunión fraterna del amor de toda la Iglesia y de sus Pastores encontraréis siempre a la gran familia de los hijos de Dios que peregrina por los caminos del hombre de nuestro tiempo entre los peligros del mundo y los consuelos de Dios. ¡La Iglesia os necesita para poder ser evangelizada y para evangelizar! Os necesita como siempre; pero, además hoy, con una nueva, grave e inaplazable urgencia. ¿Cómo podrá sin vosotros mostrarse al mundo como la comunidad de “los elegidos de Dios, santos y amados”? ¿Cómo podrá sin vosotros vivir y dar testimonio de “la misericordia entrañable”, de “la bondad, humildad, dulzura” y de “la comprensión”? ¿y, sobre todo, de la experiencia de haber sido perdonados y del saber perdonar? (cfr. Col 3,12-21).
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