lunes, 16 de marzo de 2015

De ríos de tinta, obviedades y dedadas de miel


Pues no me da la gana.
No quiero reivindicar lo obvio.
Podríamos escribir ríos y ríos de tinta por ambas partes. Disparar argumentaciones para erigirnos con la victoria dialéctica. Pero nadie convencería a nadie. Por un lado tenemos a los que están en contra que seguirían enarbolando la bandera del laicismo excluyente que sitúa a la clase de Religión como una catequesis al servicio de la Jerarquía católica. Y por otro los que la defendemos no sólo porque sea nuestro medio de vida sino también por el absoluto convencimiento de que es una opción muy válida y legal que responde a la  necesidad de cultivar la interioridad de los alumnos.
Y es que día a día constatamos la necesidad de humanización que tienen nuestras Aulas.
Cultivar los sentimientos, la afectividad, ofrecer respuestas al sentido de la vida desde la fe, explicar el significado de muchas expresiones de origen cristiano, conocer las grandes manifestaciones artísticas de la historia de la humanidad que tienen un origen religioso, comprender esos grandes movimientos migratorios que recorren nuestra península en busca de la tumba de un Santo allá por tierras gallegas, comprender la gestación y origen de la Declaración de los Derechos humanos promulgada en 1948, darle un sentido a palabras como fraternidad (¿acaso los hermanos no tienen su origen en un Padre?), misericordia, perdón, virtud. Desentrañar, desvelar y puntualizar las imprecisiones que llevan al desconocimiento del orígen religioso de hitos como la Universidad (Bolonia, Alcalá de Henares, Salamanca), la teoría del Big Bang (sí fue un cura al primero al que se le ocurrió el invento), los famosos guisantes que revolucionaron la genética de la mano del monje agustino Mendel, o la conocida catolicidad practicante de los padres de la actual Unión Europea Schuman, Adenauer o Monet que les llevó a diseñar una bandera azul con doce estrellas inspirándose en la corona de la Inmaculada.
Pero ya me estoy desviando de mi propósito incial que no era hacer un panegírico de la asignatura que imparto.
Yo lo que quería era hablar de ellos. De mis alumnos y alumnas. Esos que me devuelven la ilusión cada día cuando entro en las Aulas. Que me hacen vibrar devolviéndome a una adolescencia que revivo con ellos, me alimentan con sus abrazos, preocupan con sus inquietudes, sonrojan con sus salidas de tono, sorprenden con sus ocurrencias.
Os cuenta la última: Inicio de clase. Un inquieto morenito vivaracho rizoso arrima la silla para acercarse: "voy a ponerme cerca de la profe, que tenemos que llenar su vida de belleza. Aunque para eso ya está Jesucristo"

El corazón me dió un vuelco. Caí en la cuenta de que efectivamente estas dedadas de miel que me regalan tienen que ver  mucho con esa ilusión por la Enseñanza que el tiempo no logra arrebatarme. Saben que les quiero y me lo devuelven con creces.
 Y claro que sí Pablo, acertaste, Jesucristo vino a eso, a transmitirnos la belleza del Amor, la belleza de Dios. Esa belleza de la que vosotros sois un fiel reflejo. Lo constato todos los días.

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