En un lugar en el día, en un lugar junto al río, bajo un parador de lujo, un sin techo decidió hacer suyo el puente. Y anidó junto al lecho del Bernesga disponiendo sus pertenencias como si de un museo de vida se tratara. Y dibujó a su mujer secreta, la que hubiera querido tener esperando, a su vuelta cada mañana y dispuso sus cosas para marcharse pronto ya fuera a París o donde quiera.
De momento allí fijó su residencia entre un montón de sueños húmedos expuestos a la vida de todos los que hasta allí se acercaran.
Hasta las piedras del río gritaban ¡dignidad!
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