Título: “No hay amores que valgan”
Le miró con una ternura retenida de años de ausencia. Después de treinta años esperaba encontrarse un rostro desconocido, pero los ojos inteligentes de Senén seguían teniendo aquel mismo brillo picarón que la encandilaron cuando empezaron a coquetear después de conocerse en aquel aluche.
Habían quedado para comer después de treinta años sin verse.
Pero no contaba con su oponente. El que reinaba sobre el plato de loza al amparo de un deslumbrante mantel de hilo. Aquellos garbanzos que se enseñoreaban de puro gozo en la boca, con el regusto de la sopina preñada de los efluvios de un chorizo leonés, insultantemente fresco. Entremezclados, los fideos que se enredaban en la punta de su lengua dibujando garabatos sabrosos de inenarrable goce para el paladar.
“Debe ser el sabor del hueso de la rodilla”. Mientras Amalia pensaba que le hubiera gustado que se refiriera a la suya, que dejaba entreverse bajo una falda más corta de lo habitual.
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