domingo, 5 de julio de 2020

LAS PREGANCIAS. FRAGANCIAS DE NUESTRA MEMORIA


Era costumbre en las largas noches de invierno  que las gentes de muchos pueblos de la provincia de León, como los de la montaña leonesa, a menudo  aislados, unas veces por los caprichos de la naturaleza, las más por las inclemencias climáticas, una vez finalizados sus quehaceres diarios, se congregaran  en la casa del tío Vicente o en la de  cualquiera que su hospitalidad brindara en torno al fuego del llar u hogar, sobre el  que, a menudo, colgaba y se calentaba un pote con caldo, sostenido por las cadenas o “pregancias”. Los reunidos acudían a la cita con el fin de entretenerse, relacionarse o, simplemente calentarse alrededor de la lumbre.

La voz “pregancias” hace referencia a aquellas cadenas que, en las cocinas antiguas, pendían del centro de la chimenea para descender sobre la lumbre del hogar sosteniendo los potes en los que se cocinaban las esperadas viandas de la cena y alguna que otra cosa.

A menudo, y entrelazados entre las argollas de la "pregancia" se clavaban aguzos encendidos que irradiaba una inquietante luz por todos los rincones de la cocina convocando las danzas de criaturas mitológicas. Tales envolventes movimientos, unidos a lo dispar de la concurrencia de ambos sexos, desataban la lengua y enredaban la imaginación de los que permanecían sentados en los viejos escaños en torno al fuego. Pregancias, fragancias, miradas y labios se hermanaban para narrarse los últimos aconteceres y rescatar las viejas leyendas y cuentos, decires y romances, relatos de aparecidos y almas en pena; rimas y canciones tradicionales al son de gaita o dulzaina acompañadas por el tintineo del mortero de bronce o el rasgar indoloro en la botella de anís. Mientras, afanosas, algunas mujeres realizan alguna tarea rutinaria, siendo habitual el hilar o filar la lana, trabajo o labor que da nombre a una antigua costumbre: El Filandón.

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